Tiempos de sofoco
Alarmados quedamos. Quiero decir en estado de alarma, al que llegamos después de correspondiente trifulca política y judicial que, sin duda, habrá mejorado la confianza ciudadana en la política.
Esto daría para sesudo análisis, como corresponde. Pero es viernes, y como ustedes llevan con el cronista más viernes que con Aguado, llamado el traidorcete, sabrán que el jefe de la Clicktertulia dice que los viernes es día de solaz y poco seso.
Cosa que los CEO de la radio agradecen con notable estipendio (algún día colará). Incluso uno de ellos, que es Chef, me ha prometido una cerveza de trufa, aunque sospecho que esto es para tomarme el pelo.
Así pues, nada de análisis. Solo les relataré mi plan para el viernes.
El cronista llega a casa, incluso se quita los zapatos o se pone un pantalón corto, al fin y al cabo en las teleconversaciones basta llevar una camisa, quiero decir en las que las teleconversaciones que el cronista practica.
El plan está claro: el cronista se sirve un vinito, un pequeño aperitivo, naturalmente sin trufa ni sal del Himalaya, son tiempos de austeridad digan lo que digan los modernos chefs, y se dispone a ver las terribles noticias del día.
Uno espera las viejas cosas que pasaban antaño: noticias horribles, unas tras otras, de las que abrían los noticiarios: jueces que enviaban a políticos a la cárcel, accidentes de avión o de automóvil.
Qué paz, cuando nos informaban, con toda normalidad, de que había terroristas y tiroteos en los centros comerciales. Eso sí que eran noticias como dios manda.
Los lugareños y turistas, en cualquier parte del mundo, huían, resultaban heridos, se escondían detrás de exhibidores de joyas o mostradores de comida rápida.
Que hermosos telediarios: había bombas y expertos, muchos expertos, que nos explicaban los males de la humanidad, mientras nosotros y nosotras vivíamos en el mejor país del mundo, esperando hacernos jubilados, con el único riesgo de sobrevivir a los chefs.
Pues bien, todo ha terminado. Bueno, todo no: quedan los chefs y los expertos. Los mismos que antes hacían torreznos, ahora hacen comida saludable y los expertos, antes especialistas en terrorismo islámico, se han reciclado con rapidez y son especialistas en virus.
Ha llegado el noticiario del sofoco. Impávido, el cronista apenas moja sus labios en el vinito, mientras aprende nuevos conceptos.
Cogobernanza, significa que si no haces lo que quiere Sánchez, te fulminan. Perímetral ya no es la suma de los lados de un polígono, no, es el espacio al que se reduce su libertad. Juez ya no significa adalid de la libertad, sino fascista incrustado en las cloacas del estado, según informa el Señor Monedero, que de esto, al parecer, sabe mucho.
Cuando tomas un sorbito al vino, pensando, ahora, ahora viene el incendio incontrolado, la mujer asesinada, el niño desaparecido, entonces..., otro sofoco.
Estas confinado, pero solo en parte, porque el perímetro ya no es el perímetro, porque los jueces que aprobaron el primer perímetro, niegan el segundo. Illa, qué maravilla, se enfada y Pedro se enfada y todos se enfadan y nos alarman con posibles estados de alarma para nuestro patio, como nos pongamos pesados.
Ahora, ahora, te dices, vendrá el cine, el Nobel, el enfado de la figura de tu equipo porque no lo ponen los minutos que desea, tomas un sorbito y te relajas, pero no: sofoco, sofoco, al jefe del estado lo pasan a la clandestinidad y, cual palestino de los de antes salían en las noticias, el vicepresidente segundo se reclama perseguido.
¿Ya no ocurren las cosas que antes acontecían? Si, seguro que si, pero para nuevo sofoco, el cronista descubre que quizá ha cambiado nuestra profesión, ya no somos voceros de la verdad sino notarios de la burbuja de miedo en la que nos hemos encerrado o de la política basura que nos ha tocado
Y todo porque un pangolín beso a un murciélago, cuidado con sus besos señoras y señores, besen con protección. Sí; son tiempos de sofoco. Hagan como el cronista, busquen otro rinconcito de la casa para el vinito mañanero, libérense de la dependencia de los noticiarios.
Es más pacífica cualquier carnicería en la sabana, en los documentales que narra el señor Ocaña que un Consejo de Ministros.
Protejámonos del virus, enmascarémonos con elegancia. Protejámonos de los respectivos gobiernos. Serenemos nuestro cabreo, aliviemos nuestro sofoco.
Como será, que para el Pilar, como no puedo pasarme por la virgen, dejaré los noticiarios y me haré la receta del chef y CEO de la radio; eso sí, sin trufa ni sal del Himalaya.