Quédense en casa, mientras deciden si se exilian
Estamos en el pico afirma Simón, allí donde ya estuvimos antes, por cierto. Mientras, Illa, que maravilla, espera irse de campaña electoral y que el marrón de toques de queda y encierros se los coman otros. Esto tendría para un análisis sesudo.
Pero hoy es viernes y, como llevan más viernes con el cronista que en el exilio, saben que en la Clicktertulia, nuestro jefe y conductor, Juan Ignacio Ocaña, dice que al final de la semana toca menos análisis y más cultura. Fíjense que hasta los CEO aplauden el criterio, asegurando primas por ello (que sí, que ya se que no cuela, pero me gusta comentarlo)
Como ustedes saben, uno de mis taberneros favoritos resiste: es como Ferreras, pero sin subvención gubernativa. Ayer, mientras caminaba a mi fugaz encuentro con el sicólogo y tabernero, un poeta me vendió unos versos. A módico precio de un euro.
Por supuesto por B, sin IVA. Un poema pirata, un poema manta como quien dice, robado a la administración y a la ordenanza municipal.
El poeta no pedía, en realidad, por su poema; tan solo ansiaba adquirir un billete de tren a donde, al parecer, hay familia pensionista que podría patrocinar futuros áureos poemas.
Y no; no lo he visto impertinente, lo confieso: Al fin y al cabo, entre tabernas cerradas, restaurantes sin comensales, con la marca España disolviéndose como el hielo bajo la lluvia, el desvalido y deambulante poeta parecía lo más urbano del entorno.
Un espécimen a proteger, como el ciego Estrella, resumen de la mejor España oscura, turbia, opaca y esperpéntica, en casi todas las épocas, donde la taberna suministra riego al infausto poeta y el ciudadano o ciudadana se conmueve por su depresiva decadencia.
No era el poema bueno. No he sabido si hablaba de gaviota marinera, dama rubia o de la pandemia, a veces los poetas ambulantes se lían con las metáforas.
Tras pagar el euro, algo deprimido por las circunstancias del trovador, he recordado un verso de Pessoa: "Excusez un peu... ¡Qué gran resfriado físico! Necesito la verdad y una aspirina". No protesten, lo del francés lo puso el poeta que era portugués.
Lo de la aspirina, o sea la vacuna, dicen que llegará, con prospecto modificado, eso sí. Se empieza a preguntar si habrá jeringuillas de las adecuadas, aunque esa es una sospecha propiciada por algún enemigo de Illa, que maravilla.
Lo de la verdad, lo de la verdad..., miren, aquí nadie dice la verdad, ni en caso de emergencia. Como consecuencia, el cronista lleva toda la semana reflexionando si hacerse portugués o finlandés. Parece que, por esos lares, gobiernan izquierdas de las de antes, payasos tristes que diría Iglesias, que mienten menos.
Cuando estaba en plena reflexión vinieron Iglesias y El Rubius a aclararme la solución: debo exiliarme. Así seré rico, republicano y persona fetén.
Deberían ustedes reflexionar conmigo: imaginen que un día se levanta el Gobierno y nos hemos hecho todos y todas extranjeros o estamos en el exilio.
Imagine que, por una vez, el pueblo huye de sus líderes y sus decretos solo servirán para las tertulias de Ferreras, porque el país se desvaneció ante los ojos de sus gobernantes.
Hermosa fantasía, pero tendremos que quedarnos con ese verso vendido como polvo que se trafica, como trufa que se espolvorea. Algo habrá que hacer mientras acaba el mundo.
Un poeta enmascarado y sin rumbo me ha vendido un verso, editado en octavilla panfletaria, depresivo y añorando no sé si a una dama rubia, a una gaviota o maldiciendo a la pandemia. Pero, amigo y amiga, cuándo un poeta no sufrió o no nos prometió sufrimiento.
No desprecien estas odas urbanas de trovadores perdidos, quien mendiga por versos hoy, mendigará por pan mañana y cuando a los demás nos toque mendigar no habrá euro que pedir.
Es triste vender versos callejeros, pero peor es robar, ya saben.
Ustedes queridos y queridas enmascaradas, quédense en casa, mientras deciden donde se me nacionalizan, que los veo poco pijos y algo pobres para exiliarse.