Penalísimo eximente
No, no siempre estar contagiado es perder sabor. No; no me entiendan mal tampoco: no soy partidario del asesinato.
En esto, coincido con De Quincy: es una forma inapropiada de actuar.
Comienza uno asesinando y acaba siendo negligente con sus modales y faltando a la buena educación.
No; me cuesta justificarlo. Pero, permítanme que insista: seguro que algún eximente notable puede aducirse en el caso del jefe de cocina de Hospital o del Chef de Clickradio, que tienen lo suyo, ambas cosas.
Una gente extraordinariamente capacitada y un nivel tecnológico adecuado nos salvan la vida diariamente.
Frente a todos ellos y ellas, se alza una figura enorme, eso sí anónima, que arruina la sonrisa, el gusto y el funcionamiento papilar que todos los profesionales tratan de lograr en enfermos y enfermas: el innombrable jefe de cocina del Hospital.
A medida que uno profundiza en sus menús no solo se descubre el existencial vacío de sabor que alumbra la cocina de este hombre sino, probablemente, una maldad luciferina, congénita, un odio profundo a los sabores naturales o a la fruta madura, por un poner.
En una película de Coppola, un militar americano anima a sus soldados a familiarizarse con el horror. Eso, exactamente, es lo que deben hacer quienes caen en las fauces de este cocinero.
La sopa de agua, la tortilla en modo momia, la fruta inmadura son productos típicos de su cocina, como la pasta reciclada o las inefables sopas calientes de zanahoria en pleno bochorno. Miren que es difícil no encontrarle maridaje a la acelga. Pues bien, el tipo lo consigue.
Si usted no ha visto navegar un caracol de pasta en agua de grifo, pasada por microondas. Si no ha visto una aparente merluza retorcerse, seca cual mojama. Si no ha visto un cuscus seco adornar un plato de arroz más seco, no pueden entender la ira justiciera que me embarga.
El enfermo carece del derecho al sabor. Seguro que algún gestor público ha imaginado que concederlo provocaría una inevitable cola de gorrones en los hospitales.
Permítanme que insista: debemos rebelarnos contra esta operación de castigo a nuestras papilas.
Acciones decisivas y transcendentales deben adoptarse. El despido no es suficiente por no ser suficientemente disuasorio. Notables investigaciones han revelado que esta especie de jefe de cocina de hospital, ladino y traicionero, está ampliamente extendida por la estructura hospitalaria española. Se requiere contundencia.
En un post anterior reflexioné con mi manzana Yorick sobre la gastronomía hospitalaria. Hoy debo, responsablemente, dar un paso más: convocar a mis conmilitones a una tarea revolucionaria que concluya con ominosas décadas de afrenta al sabor.
Debemos recurrir, enfermos y enfermas patrios, a una operación decisiva, sea de comando o una heroica acción individual, con dolor o sin él, pareciendo accidente o no. El hecho es el que debe ser: el asesinato es la única respuesta posible a la comida triste y vacía de sabor. Seguro que un penalísimo eximente existe.
Venguemos, definitivamente, a generaciones enteras de enfermos y enfermas.
Se contratan consultores que construyan eximentes adecuados...quizá, ahora. sin mercados bolivarianos alguien se anime...