¡Los auriculares, coño, los auriculares!
Martes 11 de la mañana. Luis Blanco, gran persona, buen amigo y contertulio y excelente politologo, acaba de recomendar mi crónica, con el malvado objeto de que mis lectores vean que no tengo razón. A grandes disgustos, granades remedios.
No solo decido cortarme el pelo; decido ir a Madrid, para castigarme, en tren. Esta decisión requiere preparación: tomo una mochila, pongo agua y una fruta, quizá pase horas en un descampado – con el tren de Arganda, que pita más que anda, pocas tonterías-. También, voy a la biblioteca de libros viejos y tomo un libro: el Largo Viaje de Jorge Semprún, me parece adecuado. Hoy es el día de asuntos "sesudos" en este blog.
Llego al tren, me siento, empiezo el libro: "Una mañana, fue una mañana, claro está, cuando empezó este viaje…". De súbito, la chica que está frente a mí hace una llamada, lagrimea, mientras le cuenta a una amiga que otra amiga que le gusta le ha dado calabazas. Los del habitáculo nos miramos, en silencio: conmoverse por las penas de amor de una lesbiana es una mejora de los tiempos.
Estamos a punto de llegar al salseo de la noche que no fue, bastante interesados, y un joven, cuatro metros más allá, decide romper nuestras expectativas: a todo volumen, su teléfono escupe un reguetón. El dios de la música, lo castigará, pienso.
Sin apreciar la calidad musical, en la otra esquina del vagón, un caballero que ignora el drama de la muchacha habla con un "henmano" al que informa, con notable volumen, que su "cariño" no le presta atención y servicio que él espera. Cuelga, más no descansa. Inmediatamente, llama a su cariño, al parecer responde al nombre "yesyamol", le grita que la ama, ella por lo que oímos, dado el volumen, no parece muy convencida. Enseguida, llama a otro "henmano" para contarle.
Justo cuando estamos a punto de conocer el desenlace, unos muchachos gritan "gooooool". Martes, once y media de la mañana, quién narices ha metido gol. ¡Ah, es que vivimos en un "streaming" permanente! Es el partido de hace dos días.
De pronto se hace el silencio. El reguetón concluye, el amoroso caballero se ha rendido, los muchachos ven el futbol en silencio, la chica solo hipa y suspira. Vuelvo al libro: "Una mañana, fue una mañana, claro está, cuando empezó este viaje"… Sin aviso previo, empero, dos niños deciden que el pasillo del tren, entre los asientos, es buen sitio para hacer un Mbappé. Cosa que, al parecer, consiste en correr desaforadamente, al grito de "dámela, Vini, dámela".
Nada que hacer. Decido, por primera y última vez, llamar al ministro de Transporte y al consejero respectivo de la Comunidad Autónoma. Por última, porque no sé si Puente puede aprobar norma alguna, tal como está el patio. Escribo el correo. Corto, doscientos caracteres y sin demasiada literatura, como al ministro le gusta, eso sí sin ironías ni insulto: exijo pinganillos, máquina de decibelios y policía del silencio. Ya de paso, vagones surtidos de agua para parones.
Si ya sé, escribir a Puente es como esperar que un tren español sea puntual. Pero, reconozcan conmigo, que una crónica errada, por mucho que lo señale Luis Blanco, no es motivo para tanto castigo.
Vale, hace tiempo que me resigné al sonido que se escapa de los auriculares de la gente. Es molesto, pero normal en un espacio público. Pero ¿quiero compartir una experiencia con el tipo que pone a todo volumen los mejores momentos de la Champions League? No. ¿Necesito saber qué es lo más popular en un TikTok chillón? No, no. ¿Un reguetón ruidoso? ¿Un clip quejoso de una telenovela? No y no, tres veces no. Si tu pariente o parienta no te ama lo suficiente no necesito saberlo. Póngase usted los auriculares, hable bajito, señor o señora mía
En Londres, sin ir más lejos, han inventado la cuadrilla que rescata al viajero de los que juegan en sus móviles sin auriculares. Están poniendo carteles al respecto. ¡A por ellos!
No quiero ser el tío gruñón. El espacio público es solo eso. Es comunitario: me gusta lo comunitario. Compartimos las alegrías, la monotonía y, a veces, el ajetreo de navegar por una mágnifica capital abarrotada. ¿Quién puede decir que ese mismo sentimiento se aplica a los que viajan en metro y autobús con la mirada perdida mientras transmiten sonidos metálicos, conversaciones íntimas, carreras? Eso es compartir demasiado.
Todos tenemos derechos y en el vibrante Madrid hay espacio para la libre expresión, pero la cuestión es que también tenemos el deber de cuidar. Su decisión, señoras y señores, de compartir su experiencia conmigo, sean sus lágrimas, penas de amor, música o goles, sin ninguna consideración hacia mí ni hacia nadie más, siempre fue una descortesía, a más de probablemente prohibida. Les convoco a concluir con la fuga de los auriculares y al modo rumor en sus conversaciones. La próxima vez, lo sepan, organizaré un motín.
Hoy me tomaré el vinito de viernes a su salud. Si pongo mi música alta o no salgo a la calle a llamar por teléfono, mi tabernero me enviará una mirada gélida que me hará temblar y no me servirá el vinito. A las tabernas hay que respetarlas, a los trenes también. ¡ Los auriculares, coño, los auriculares!
Aviso, por primera y última vez, a mi amigo Luis Blanco: la próxima vez le llamo y le pongo un reguetón y a "yesyamol". Se va a enterar.