La playa, ese mercado salvaje

07.06.2019

Les develaré una terrible verdad: su idílica playa es un territorio de cruel competencia económica

La economía trata de la escasez. Ni siquiera los modernos manuales para indignados economistas postcrisis han podido ignorar el principio del libro de Samuelson en el que aprendió la casta. Y la playa, créanme, es un mundo de escasez.

Abundan, claro, los cuerpos hermosos, las relaciones potenciales, las conversaciones livianas y las lecturas frívolas. Por supuesto, los peligrosos rayos uva, los niños y niñas escandalosos y el infame plástico.

Pero escasea lo vital: el agua, la bebidas hidratantes, el alimento, la sombra y el espacio en primera línea. Y, como usted imagina, el poder pertenece a quién administra la escasez. Naturalmente, ese monopólico y abusivo administrador tiene nombre y apellido: el chiringuito.

El chiringuito contradice todas las estrategias económicas desreguladoras. Mediante métodos poco ajustados a derecho, según el Tribunal Supremo, los chiringuitos administran precios de bebidas y viandas, incluso privatizan el derecho humano y universal a la sombra, mediante el alquiler de hamacas y parasoles. Un monopolio que produce notables escándalos de precios y estrategias de resistencia por parte del mercado excluido.

Ante la ausencia de competencia, se extiende la cultura de la economía irregular, desde quienes, a modo de colas en economías de estraperlo, ocupan la primera línea de playa a hora improbable, a quienes, tirando los precios y en negro, venden bebidas, anuncian esotéricos masajes o, más aún, llevan la venta de pareos a línea de playa.

Naturalmente, el poder del administrador de la escasez no es ilimitado: Uno puede evadirlo negándose a consumir. No obstante, deberá ser capaz de evitar muchas de las estrategias de fijación de precios y marketing que, sutil pero dramáticamente, se producen en la aparentemente pacífica arena.

Al dueño del chiringuito le gustaría ser como esas magníficas instituciones que regalan precios a jóvenes y jubilados. Es decir, cobran a las rentas bajas el coste medio variable del producto y quienes tienen renta pagan el pato. Pero esto estaría mal visto en un espacio donde la desnudez nos iguala.

Así que los competidores usan perversas estrategias para erosionar el mercado del administrador de escasez.

Una, bien analizada por vendedoras y vendedores de ropas, pareos o mantas de arena, de esas que usted ignoraba que necesitaba, responde a una estrategia grupal: cobrar un precio distinto según público objetivo. Así, sorprendentemente, un pareo adquirido por una finlandesa será más caro que el comprado por una señora de Albacete, por un poner.

Otra, bien conocida por los vendedores irregulares de bebidas y helados, es cobrar según renta, cosa que en una economía regular exige mucha y costosa información pero que los hábiles vendedores resuelven con su experiencia de mercado playero.

El chiringuito se defiende en este desigual combate; dispone de un producto diferenciado: la sombra. Y, por otra parte, un argumento de marketing que podría persuadir a un carabinero de posarse en un arroz: cuando uno va a la playa, se apunta al lujo, no quiere parecer pobre y, por lo tanto, no es sensible a los precios.

Doscientos metros más allá de su chiringuito favorito, los precios son un 30% más bajos. Si usted está en el supermercado de la esquina, necesitado de una barra de pan y un vinito para alimentar a su prole, ambos son bienes necesarios y su precio acorde con este mercado. Por el contrario, en el chiringuito, usted y su renta expresan, económicamente, una elasticidad mayor respecto al precio: la que corresponde a un bien superior.

Acercándose al quiosco, uno declara que está ahí para gozar y no para cubrir sus necesidades. ¡Ah, el mercado lo sabe y usted persiste en ignorar sus reglas! Usted consume distinto, en un lugar u otro, muy señor y señora mía.

A esa diferencia de consumo le llaman comprar experiencia; las rentas de necesidad no acceden a experiencia. No será extraño que la propiedad del chiringuito, o su competencia, le ofrezca alguna navegación extrema, un buceo irrepetible, un surf alucinante, una canoa de última generación, todo ello en aguas de charca y viento ausente, como mostrará en el futuro el impertinente selfie que Usted, inevitablemente, se hará.

Si tras días de ahorro, usted acude al chiringuito a tomar espeto y vino de la tierra y ve que una horda adolescente se acerca rauda al quiosco, no se asuste: la propiedad, siguiendo el modelo de McDonald´s, habrá pagado a Nintendo para que el chiringuito sea una parada Pokemon. Éramos pocos y llegó Pikachu.

La playa es un mercado salvaje, pero como dice Íñigo Errejón, ustedes han sido seducidos por el neoliberalismo, disfrútenla. 

(Crónica en CLickradioTV Viernes 7 de Julio)

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar