La izquierda que ni está ni suma
Dejó dicho Tocqueville, con mejor estilo, que la razón que aleja del poder al personal es no merecerlo. Probablemente todas las izquierdas andaluzas han aprendido en sus carnes electorales la verdad del aserto.
Con abstención o sin ella, los socialistas han perdido votos, siete puntos y medio de peso electoral y el 28% de su electorado; el populismo realmente existente ha perdido votos de Podemos (casi 62 mil) y todos los de Izquierda Unida (casi 275 mil); dicho de otro modo, no solo ha visto reducido su peso electoral en más de cinco puntos, sino que ha perdido el 41% de su electorado. 800 mil votantes de la izquierda se han volatilizado, es que son unos irresponsables, mire Usted,
Por empezar por el final, se constata, una vez más, que el electorado de IU se resiste a ser liquidado y prefiere su casa antes que sumarse a populismos de raros destinos.
Pasó en las elecciones estatales, en Madrid, también en Cataluña realmente y en algunos otros sitios: matar a los "tristes payasos" de la IU tenía costes, pero eso no se estudia en los imprescindibles departamentos de politología . La tradición socialista y comunista de ese electorado se resiste a la liquidación de referencias ideológicas y políticas que no consideran liquidables.
Una tradición que incluye la transición y las reglas constitucionales, por cierto, y también, la centralidad de la agenda social, desaparecida en el populismo realmente existente, a favor de "cuestiones ciudadanas" que a la ciudadanía parecen dársele una higa y que no suelen ser otra cosa que demandas de clase media airada.
No es de hoy la ausencia de las izquierdas y sus referencias políticas más sólidas, fenecidas en la crisis financiera, la aparición del cabreo institucionalizado de los hijos de clase media y la burocratización de los proyectos que generaron en Europa estabilidad y bienestar.
Lo que Andalucía ha puesto en valor es que el electorado ha abandonado la teoría del mal menor, se ha desresponsabilizado de los efectos institucionales de sus decisiones.
Tampoco es un factor nuevo: Trump, el Brexit, el desastre de la izquierda francesa o la porquería italiana tienen que ver con una abstención a la que los derrotados tratan de culpar, con escaso estilo, de todos sus males y, naturalmente, de la aparición de la extrema derecha.
Con la izquierda ausente, sustituida por griterío, ruido y conflicto, sin posibilidad de mediaciones, consensos, dando carpetazo a todo lo que alguna vez fue solido, pergeñando alianzas que hieren a la mayoría, amarrando el poder como toda estrategia y, sobre todo, aparcando cualquier agenda que suene a empleo, bienestar y protección, no deberíamos extrañarnos de la reaparición de las pulsiones más extremas que durante décadas pudimos domeñar.
Por otro lado, dice la historia, y la historia no suele mentir, que las crisis financieras producen la aparición de fuerzas extremistas - en la derecha con más abundancia que en la izquierda-.
Un ciclo político algo irracional, por su duración, ha concluido en Andalucía. Sospecho que las respuestas no son ni mendigar el poder ni convocar a las barricadas, con pretexto del fascismo rampante que nos ataca desde ayer, porque hasta ayer no había más fascista que Borrell, las dos ideas que en la noche electoral hemos escuchado a la izquierda. Sospecho, también, que mirar al techo en la Moncloa no parece muy inteligente. En la izquierda, no hay fracasos provinciales sino derrotas abismales...camaradas, deberíais recordarlo
Como saben mis lectores no mostraré otra cosa que pasmo ante los recién llegados a la política andaluza. Pero si persistimos en el discurso del terror, las marchas por las calles, en lugar de dar paso democrático al centro derecha que ganar, ha ganado, solo haremos que victimizar a los vencedores y radicalizarles.
Convendría rearmar culturalmente nuestras convenciones sociales. Reconstruir espacios de convivencia y renunciar a los programas máximos. También, es tiempo de no dar por hecho la fortaleza de las reglas democráticas y, desde luego, de denunciar los falsos parlamentarismos revolucionarios, el desprecio a las normas y las legitimidades que nacen de las gónadas más que de los votos y las normas.
Es tiempo de abandonar las políticas de escupitajos y espectáculos. Dejar atrás esos días en que si no dices amén al rufián de turno te conviertes en fascista.
Quizá sea tiempo de que la izquierda se mire al espejo. Y,
especialmente, tiempo de que los aprendices de mago, expertos en derruir lo
poco que queda construido, jueguen a las casitas con las cosas del comer y del
vivir.