La Foto

21.01.2022

Esta es una semana que da para agudos comentarios. Desde el retorno a la guerra fría a la reforma laboral, desde elecciones en Castilla León a las broncas que vienen en el gobierno, por el asunto de la fragata y los aviones.

Pero hoy es viernes y como llevan ustedes más viernes con el cronista que con la fragata sabrán que los viernes el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que de cosas sesudas nada. Los CEO de la radio aplauden la medida ofreciendo enjundiosa prima de viernes (no, no colará esta semana tampoco).

Así que, como otros viernes, tendré que opinar de lo ciertamente importante.

Hay una foto. Luego, ya todo es inexorable: el hecho es incontrovertido. Ha sucedido en Bidart, allí en Francia, refugio de burguesías decadentes y, también, de despiadados asesinos. Una pareja camina de la mano, de espaldas al pasado que deja atrás, mirando al prometedor sol de invierno.

Sus manos se acogen tranquilamente, parece un amor sereno, experto en las cosas del corazón, sin apresurados selfis ni arrolladoras muestras de excesivos afectos. Y de la mano, dan cuenta de un buen amor, de un solo amor, porque ¿Qué se puede hacer con el amor? ¿Qué se puede hacer, si es cosa de él?

Él parece apuesto, aunque su blanqueado cabello da cuenta, quizá, de viejos excesos de épocas de burbujas irracionales o aprovechamientos de poder. Ella es, simplemente, una contable muy motivada, dice la red más aburrida de cuantas existen.

Quizá, ahora, es solo un amor de oficina, de esos dispuestos a pasar por esas residencias de abogados que habitan en lugares que huelen a cuero viejo, donde se hacen cuentas, se miden patrimonios, se negocian custodias y se emiten oficios a los jueces.

Pero eso poco importa a los amantes. Nada sabe del amor quien no ha perdido por su causa, una casa, un hijo y, tal vez, medio sueldo empeñado en el arte se ser feliz.

Los amantes, lo saben, se dan la mano, se susurran que mañana será otro día luminoso.

Imaginan que el duque sin ducado acudirá al castillo no en caballo sino en bicicleta, que no habrá princesa que salvar sino contable a la que amar. Pero que importa, quien lo probó lo sabe,

Ah, pero cuando el sol gira, cuando el amado y la amada regresan, ya saben que hay una foto, que todo ya es inexorable. Ya no van de la mano. Ella deberá contar a su viejo amor que, finalmente, concluyó el periplo y encontró uno nuevo en la oficina.

Él volverá a recordar que es un duque sin ducado. Que dejó en tierra extranjera a una infanta sin infantado. Pero ya sabemos que, en sede judicial, la infanta declaró que no se enteraba de las cosas del marido. Así que lo hablaremos en familia, estas cosas pasan, dice un maduro joven, crecido en la inexplicable caída de la fama.

Ya te lo dijimos, le dirán, a la ignorante madre, eméritos y hermanos. Abogados ilustres harán cuentas y periodistas curiosos harán preguntas e historiadores del dolor contarán las cuitas del viejo amor desinfantado. Y no faltarán los que dirán que lo real solo produce dolor a los pueblos que se quedan sin cuentos.

Pero es también probable que, al menos por un tiempo, el amor de oficina sobreviva, porque son los amores más vulgares los que ganan a los amores de cuentos. Porque, al fin y al cabo, Vitoria está más cerca que Ginebra y las alamedas de norte más próximas que los decadentes y burgueses paseos de Bidart.

Alguien llorará, quizá, las penas de soledad de la que dolorosamente acompaño al viejo amante o, simplemente, susurrarán, "ya te lo decía yo".

Sea como fuere, dos amantes caminan de la mano en un paseo, de espaldas al pasado, mirando a la luz clara del invierno. Hay una foto que todo el mundo escruta morbosamente. Por qué no dejarles pasear, al fin y al cabo, la historia pertenece a los que se aman.

Estimados y estimadas enmascarados y enmascaradas, vosotros que más que para fotos estáis para test de antígenos, sabéis del amor discreto, de manos que se estrechan, de besos que se anuncian entre las estrechas paredes de la oficina. Disfrutad de la oficina mientras el teletrabajo no os la robe.

Para qué queremos palacios, mientras tenemos oficinas, donde bellas contables esperan a cualquier doliente.

(Clicktertulia, viernes, 21 de enero de 2022)

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