Gaza: una inhumana industria de sufrimiento

09.09.2025

Todo empezó con un execrable atentado de Hamas. Una semana después, el derecho a la defensa de Israel ya era un ataque desproporcionado; a las dos semanas, intolerable y, hoy, lo diga quien lo diga y lo niegue quien lo niegue, es una simple operación de exterminio de un pueblo.

Los terroristas no han cesado, a pesar del sufrimiento de su pueblo: un nuevo atentado ha segado la vida de seis personas en una parada de autobús, entre ellas, a un ciudadano español. La respuesta será la conocida: las aldeas de los terroristas de Hamas serán arrasadas, sino lo han sido ya.

Antes de rasgarnos las vestiduras, debemos reconocer la responsabilidad de las Naciones Unidas, la Unión Europea, los países desarrollados, incluida España, que hasta hace dos días como quien dice solo había añadido retórica a las políticas de los demás.

Las Naciones Unidas y Occidente permitieron que los norteamericanos y los grupos de presión judíos patrocinaran políticas israelitas nada conciliables ni con los acuerdos existentes ni con los derechos humanos. Los asentamientos ilegales, las políticas de xenofobia contra los trabajadores palestinos, una acción militar aquí o allí han sido toleradas.

Las Naciones Unidas y Occidente permitieron que Hamas fuera el intermediario clientelar de las políticas de ayuda, se perdonó la suspensión de elecciones y sus compromisos militares impresentables en la región, acciones terroristas y compras de armas.

De esos polvos, estos lodos. El pueblo palestino deberá pedir responsabilidades a sus líderes, pero también a las Naciones Unidas, a Occidente y a Estados Unidos por su sufrimiento. Mientras piden responsabilidades hay algo evidente: Netanyahu esta creando una generación de terroristas tanto en la Franja de Gaza como en Cisjordania.

Como en toda clase de conflictos similares, la verdad ha sucumbido a los respectivos relatos.

A pesar de lo que se ha dicho, de ser el sitio del mundo con más periodistas por habitante, de más servicios de inteligencia por kilómetro cuadrado, llena de ONG´s y funcionarios de las Naciones Unidas, nadie nos ha enseñado pruebas de túneles bajo hospitales, de lanzamientos de misiles desde escuelas, de reclutamiento forzoso de menores o almacenes de armas en instalaciones civiles. Solo relatos.

Relatos que no son inocentes. No me esconderé tras una ficción jurídica o administrativa como el Estado de Israel. Es Netanyahu quien ha forzado el eterminio, la guerra, para evitar o simplemente retrasar, según lo vean los jueces, su procesamiento por corrupción. Le acompaña un gobierno fundamentalista y reaccionario que trata de sacar réditos políticos de las tragedias de los rehenes. Una parte de la sociedad israelí no solo siente fatiga de la guerra, sino que soldados y ciudadanía saben que nunca recuperarán a sus rehenes.

La tragedia existe, nos duele, es inhumana, pero es simple material informativo que, quieran o no, les guste o no oírlo, se monetiza. Gaza no es solo una crisis humanitaria, un extermino. Es una cadena económica y simbólica, alimentada de imágenes y declaraciones. Una acción política que genera fondos, rentabilidades de acciones y, por supuesto, utilidad política e ideológica.

El exterminio palestino es la nueva barrera política. Lo usa Trump para vaciar los campos universitarios. Lo usa la izquierda para apuntalar el muro contra la derecha. Lo usan los radicales, en busca de votos, para agredir eventos. Lo usa la derecha para extender el control del discurso xenófobo; lo utiliza la izquierda para expulsar del mercado democrático a quienes recelan de su relato.

La cuestión no es negar el dolor, sino reconocer su explotación sistemática. Gaza es el lugar del mundo donde el sufrimiento se produce y se gestiona como herramienta política. Niños hambrientos son, literalmente, utilizados para las cámaras, no como soluciones. Las víctimas se convierten en contenido mediático, no en seres humanos a los que salvar.

Gaza es una inhumana industria de sufrimiento. La bolsa de Israel está ofreciendo rendimientos que multiplican por cinco los rendimientos de las bolsas centrales de la OCDE. Inversores institucionales, fondos de inversión, fondos de pensiones, entidades financieras y aseguradoras, lanzan éticos comentarios y llamadas a la paz, mientras invierten el exterminio.

Trump busca el negocio del resort, ofrece cambiar los "token" (moneda digital) de su dinero virtual por futuros apartamentos. Ustedes piensan en las empresas de armamento y no les faltará razón (el gasto militar per capita en Israel es el doble que, pásmense, Estados Unidos). A ustedes les sonarán Lockheed Martin, General Dynamics o Boeing, también las europeas como BAE Systems (británica) o Leonardo (italiana). Esos han hecho el agosto.

Hacemos discursos éticos sobre no comprar productos israelitas. De acuerdo camaradas: ¿dejamos de usar Google, Microsoft o Amazon, que proveen al ejército israelí de servicio digitales, almacenamiento de datos o inteligencia artificial? ¿Qué hacemos con las aseguradoras y los intermediarios financieros?

Las Naciones Unidas han denunciado que, por ejemplo, en las facilidades de movilidad a las ocupaciones ilegales, la empresa española Construcciones Auxiliar de Ferrocarriles (CAF) ha sido parte relevante de un consorcio para construir líneas de tranvía que conectan Jerusalén con asentamientos en Cisjordania. ¿La penalizará el gobierno?

Los anuncios de Sánchez suponen medidas que tranquilizan a sus socios, provocan reacciones israelitas absurdas que llevan a justificar las cesiones diplomáticas a Sumar (llamar a consultas a la embajadora, previa a la retirada de embajadores y presión a Europa). Se supone que ya no comprábamos armamento y que nadie con responsabilidad en Israel puede viajar, salvo riesgo de ser detenidos por crímenes de guerra y baros con material de armamento ya han sido desviados. ¿ Vamos a cerrar la base de rota, mecanismo de elusión de la movilidad israelí? Es decir, no hay nada nuevo, sino producción de política. No diré que no a esas medidas: exigiría más a las Naciones Unidas, por un poner. Y, también, a la Unión Europea.

En la industria del sufrimiento difícilmente podemos influir y nuestra ira gubernativa no alcanzaa para sr eficaces. Seguiremos consumiendo horror.

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