Eurovisión sobrevive al pangolín
Esta ha sido una semana larga, de fronteras y dolor y niños en el mar. De cosas no hechas o a medio hacer. Cosas que darían para análisis sesudos.
Pero hoy es viernes y como ustedes llevan con el cronista más viernes que con la cabra de la Legión saben que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que los viernes de cosas sesudas nada. Así que, no hablando de lo que pasa, podremos dedicar tiempo a lo importante.
Hubo un tiempo, antes del pangolín que se lio con el murciélago, cuando mayo era un mes extraordinario. Era el mes de las flores, las vírgenes y los rabos de toro. Cuestiones que solo al Chef Sando, el CEO de la radio, se le ocurriría relacionar, mientras trafica con algún rabo de Las Ventas o la Maestranza, por un poner.
Al Rocío se quería volver, mientras en el infernal Madrid alguien organizaba una feria de esas donde se vendían libros, esas cosas con letras de las que comían los literatos y literatas, antes de ser acosados por la reacción, en infernales persecuciones.
También, nos gusta comentarlo mucho a algunos: cada par de años, el Real Madrid ganaba la copa "Uropa", así con U, como nos lo aprendimos.
Pero cuando creíamos que todo se había hecho, que solo nos quedaba prepararnos para la playa y los exámenes de septiembre, para buscar ese trabajillo temporal que callara a nuestro padre o engañarle, diciéndole que nada como viajar a Ibiza a preparar una oposición a notarias, la cosa ocurría.
Justo entonces llegaba el último sábado de mayo. Y, amigas y amigos, en medio de ukeleles alemanes, himnos holandeses anticoloniales y el folk-techno ucraniano, ingleses comedidos y francesas siempre sugerentes, se hacían paso a vampiros, bailarines desnudos, a mujeres barbadas, a delirios de alcohol entre banderitas patrióticas. A países que ignorábamos eran europeos.
Señoras y Señores, con ustedes, el festival de Eurovisión: "Azerbaiyán, twelve points".
Porque, no se engañen, en la afrancesada España de los sesenta y setenta, el único inglés que aprendimos eran los "twelve points" que gritábamos para la Massiel y esa poesía que siempre fue Lalala; ya saben: "...te cantan cuando naces y también en el adiós...".
Eurovisión es ese festival que todo el mundo odia y todo el mundo quiere ganar. Es kitch, es demodé, no puede llamarse música POP y, además, desde que se democratizó, solo lo ganan los eslavos.
Nunca supimos tanto de política internacional que ese sábado de mayo en el que Uribarri o Iñigo nos explicaban que, naturalmente, un rumano solo podía votar a un búlgaro. Y los ingleses no pueden ganar, porque los que de verdad hablan bien el inglés son los nórdicos, como todo el mundo sabe.
Las acrobacias desconcertantes, las sorpresas del show y las letras extrañas son una exigencia en el principal festival del pop europeo. No; probablemente, no es música tal como la debiéramos entender, pero ahí estarán ustedes calibrando este sábado si la chica de Malta debe ganar, apostando si el español pasará del puesto 15 o buscando la mayor fricada de la noche para votarla. Les conozco
No pasa nada; es Eurovisión y usted, por definición, un eurofanático o eurofanática friqui, desde que se inventó el festival.
Puede usted disfrazarse de Doctor Simón, hacer declaraciones de ministra de Exteriores o levantar la bandera de España, cual si fuera Margarita Robles. Eso sí, cubata imprescindible, y mucha memoria histórica:¡Ah, Azúcar Moreno, eso sí que fue una actuación!
En Eurovisión, un artista tiene tienes tres minutos para impresionar al mundo. Probablemente, una canción inolvidable y una voz impactante son clave para obtener puntos dudosos.
Pero los puntos de verdad, "los twelve points" ¿de qué manera se ganan?: ¡Con acrobacias desconcertantes, letras surrealistas y accesorios que distraen, por supuesto!
El evento más grande del pop europeo ha vuelto de nuevo: le hemos vencido al pangolín, que se creía el bicho.
Pueden ustedes sentarse tranquilamente: no se espera a ningún policía marroquí cantando el rock de la cárcel, no canta el virólogo de AstraZeneca, la cabra de la legión la ponen, al parecer, este año los alemanes, se susurra que los italianos, válgame el cielo, llevan una banda de rock. Hay, naturalmente, un español, que cantará, porque se llama Cantó.
Es una buena noche, mis queridos y queridas enmascaradas para que se me queden en casa cuidándose, que luego, que les voy a contar, pasa lo que pasa.