Ese leve aroma antieuropeo

24.03.2025

Quizá recuerden aquellos días en los que éramos los primeros de la clase. De hecho, llegamos a obtener el premio de los apresurados, cuando fuimos los únicos que votamos el Tratado de Maastricht, mientras el resto de Europa lo iba rechazando.

Tal entusiasmo se ha ido enfriando. Las razones para España son parecidas al desencanto europeo. La crisis financiera, con el euro salvado milagrosamente con la máquina de "Supermario" (Draghi: "watever it takes – lo que haga falta-), dio paso a múltiples populismos y a agendas políticas alejadas de las preocupaciones ciudadanas que erosionaron, junto a una notable debilidad de liderazgo, la confianza en la Unión.

España no fue ajena a ese proceso, acompañado de otro: la reducción paulatina de los recursos que hemos recibido de Europa. Hay que decir que España es, en relación con su PIB, el país de la Unión que más dinero recibió.

En los Gobiernos de Felipe Gonzalez y Aznar, España recibió una media anual del 0,8% de su PIB en fondos europeos. En 2003, el PIB aportado por la UE llegó a ser del 1,6%. Desde Zapatero, comienzan a reducirse las aportaciones debido a la mejora de la renta per cápita española y a la ampliación europea, que nos privó de los fondos de cohesión. En todo caso, solo ha habido dos años (2014 y 2015) en que España fue contribuyente neto a la Unión Europea.

Desde 1989 hasta el 2020, España ha recibido más de 190 mil millones de la Unión Europea. También es cierto que la tasa de ejecución de los fondos, como está ocurriendo con los Next Generation EU, nacidos en la postpandemia, es de los más bajas de la Unión y que se devuelven no pocos fondos porque no se utilizan.

Son estas cifras las que llevan a no pocos socios europeos a calificar a España de insolidaria. Siendo de los países que más ha recibido es quién menos esfuerzo está dispuesto a realizar en los nuevos retos militares. Y quien más artificios contables utiliza para inflar sus cifras.

El escaqueo evidente de Sánchez irrita a no pocos. España ha desaparecido de los círculos de confianza, refugiándose en alianzas con Meloni, que ha sustituido a Pedro como la "más mejor amiga" de de von der Leyen. No les gusta a ninguno de los dos el término rearme: a la italiana porque tiene un toquecillo prorruso y a Sánchez porque tiene una parte de su Gobierno que también. Ambos prefieren la neolengua.

El escaqueo de Sánchez tiene una segunda dimensión: el giro prochino que Sánchez ha puesto en su política; faltan inversiones europeas y americanas, asi que a alguien hay que pedirle la pasta. Esto tampoco gusta a la Unión Europea que acaba de presentar un documento estratégico donde, tratando con mucha finura a China, se alerta sobre la necesidad de cierta preocupación estratégica por la autonomía de la Unión.

Una reacción española que nos va alejando de los centros de decisión de poder internacional. Nuestro papel tenía que ver con ser reconocidos como interlocutores en la América hispana y el mundo árabe.

Pero llegó aquel fastuoso día en que Zapatero no se levantó ante la bandera USA y, de paso, sacó sin avisar nuestras tropas de la alianza militar en Irak. Luego, como alternativa a las estrategias occidentales, nos metimos en una "Alianza de Civilizaciones" de la que aún no sabemos nada. Vinieron, después, los populismos latinos cuya interlocución quedó en mano de los populismos radicales españoles. Luego las maniobras que han empoderado a los marroquíes ante los norteamericanos y dejado en sus manos el flanco sur europeo, para pasmo de la dirección europea..

Nada ha salido bien en política exterior. Y esa ausencia que conduce a Sánchez a salidas poco europeas, se traduce en una actitud social que se va vaciando de europeísmo de forma peligrosa. De hecho, las políticas que se defienden por la parte populista del Gobierno y por Vox nos llevan no solo fuera del euro, sino fuera de la Unión Política.

Todo ello regado con una gestión sectaria del cuerpo diplomático, decisiones unilaterales sobre el Sahara o Palestina, al margen de la Unión o de los socios más tradicionales, a un lado y otro del mediterráneo.

Un periodo que Sánchez empezó detentando una transcendente cartera europea (Exteriores con Borrell) y que ha acabado con Ribera en una cartera que ha perdido valor, en el nuevo contexto, de forma notable.

El polo de izquierda europea ha pasado, pásmense, al laborismo británico que ni siquiera pertenece a la Unión y que organiza el tinglado con Macron y, enseguida, con el nuevo liderazgo alemán que, por cierto, volverá a ser, con su aceptación del endeudamiento, la locomotora europea y a apañar con franceses, británicos y Comisión la estrategia europea.

Saldrá bien o mal con Ucrania, pero seguro que no les vuelve a pasar lo de Trump. No puede nuestro país quedar reducido a ser el tocapelotas habitual, para eso tenemos a Orban. Meloni, no será la que enrede mucho, no le interesa.

Pedro Sánchez, deja de respirar, enfadado, cada minuto que se pasa por Bruselas, se pone contestatario y pide subvenciones, permanentemente, para todo. Opina el resto de la peña - especialmente en el norte- que la cuarta economía europea igual debía tener un comportamiento más proactivo. Pero ya saben, en su lucha contra la ola reaccionaria que nos invade, todo el mundo es sospechoso y Zapatero es ministro de exteriores en la sombra. ¡Ah, ese leve aroma antieuropeo!

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