Entre Greta y la sospecha

03.12.2019

De Greta hablo poco o nada. Y esta será la última vez. Hay dos razones para ello. Una, tengo la impresión de que los tonos apocalípticos de la muchacha no ayudan a definir bien lo que hay que hacer. También, sospecho que la crítica al flanco débil de la niña se ha convertido en un útil parapeto para las barreras de los que ya no pueden ser negacionistas, ya nadie discute lo evidente, pero sí enredan. 

"No quiero tu esperanza, porque no quiero que tengas esperanza. Quiero que entres en pánico". Este es uno de los mensajes de Greta a sus seguidores. A esta idea del pánico responde la alquimia del populismo: alimenta la ira, en lugar de sus alternativas.

Lo malo de ser mayor es que uno no necesita saber historia: en general, la recuerda porque la ha vivido. En la Cumbre de la Tierra de Río en 1992, Severn Cullis-Suzuki, hoy escritora de cuentos infantiles, fue ovacionada por un discurso sorprendentemente similar al de Greta Thunberg, aclamado por Al Gore. Ella tenía entonces 12 años. Greta es, simplemente, heredera de una larga lista de portavoces ambientales, y no es de las más brillantes.

Greta se parece mucho a una populista climática: invoca una visión moral clara, un sistema corrupto e insensible y separa el "nosotros" y un "ellos", en los que se incluye electos, miembros de los parlamentos, líderes empresariales y periodistas; o sea, las élites.

Dentro de esas élites, como corresponde al populismo, se incluyen los científicos, aunque invoca a la ciencia. Estas y estos portavoces dramáticos alcanzan eco social porque establecen conexiones elementales que los científicos, generalmente, no están dispuestos a hacer entre las predicciones sobre el clima y el orden político.

Este es el primer problema. La visión apocalíptica y emocional de todos los desastres que nos van a acontecer y la responsabilidad de los ajenos impiden aceptar dos cosas: que todos estamos concernidos, debemos asumir costosas decisiones individuales y, en segundo lugar, ayuda a ignorar el gran reto de la llamada transición: que sea igualitaria.

Ustedes no comprarán catamaranes de millón de euros; probablemente, no se podrán comprar un coche eléctrico. No; la sostenibilidad no puede ser para ricos que tienen barcos o coches eléctricos. Viajar, una de las revoluciones democráticas que hemos vivido, no puede ser criminalizado. Un sistema de precios de medios que compitan con el avión y una inversión en tecnología ayudarán. 

Este es otro problema del mensaje de Greta: la desconfianza en los avances tecnológicos que forma parte del populismo de todo tipo.

Que el mensaje y el populismo de Greta ofrezca flancos no puede desvanecer la sospecha del cinismo de sus críticos. 

Los expertos dudan de que China desvele sus intenciones sobre reducción de emisiones. Estados Unidos ha confirmado su retirada del Acuerdo de París. La Unión Europea ha convertido el cambio climático en centro de su agenda y parece, lo que nos afecta afortunadamente, que adoptará decisiones en el plazo previsto, aunque se duda si todos los países seguirán sus directivas.

No se puede ignorar que las eléctricas que van de verdes, durante más de un siglo, han sido las mayores contaminantes. Parece absurdo que el presidente del Gobierno viaje en coche eléctrico al Ifema y en helicóptero al sur de Madrid. Que la estabilidad de los dividendos bancarios dependa de inversiones en carbonización, y un largo etcétera de contradicciones. 

Sospecho, también, que estamos comunicando mal la crisis climática. Entre la ira y el negacionismo, han desaparecido los científicos, se vende catastrofismo a plazo y se convierte en noticia lo anecdótico. El despliegue, caro, carísimo, de los medios de comunicación en la COP 25 obliga  a hacer miles de reportajes, a cada cual más vacío o anecdótico. Pero estamos comprometidos; eso sí.

El viernes la noticia será Greta. Hoy, ha sido un portavoz indígena que critica a Almeida el que merecía página. El tal portavoz, por cierto, lleva casi cuarenta años viviendo en Madrid y tiene puesto en el Rastro, O sea, que más que nada es un indígena madrileño. Tontadicas que quitan valor.

Y, sin embargo, después de dos días, aún no sabemos de qué va la Cumbre. Si es un evento de concienciación, es muy caro. Si es una reunión, parece de escasos resultados. Si es una feria de males ambientales, quizá requeriría un tratamiento más científico y menos teatral.

Es verdad, Greta no es una activista de los de siempre ni una lideresa: es un relato; que es lo que corresponde a estos tiempos. Pero lo importante es que millones de jóvenes en todo el mundo se movilizan porque tienen una razón fundamental: hay una emergencia climática y no hay planeta B.

Ahora resulta que España, volcada en la Conferencia del Clima, se ha convertido en país verde, verde, y Madrid en una Ciudad Verde, verdísima, sin que ustedes tuvieran la menor idea. El viernes llegará Greta, protegida, ríanse un poco, por coches de policía híbridos y helicópteros, todo el mundo le bailará el agua. Una sospecha.

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