El último liberal y un socialdemócrata y medio

30.10.2023

José María Triper, buen amigo, excelente periodista y buen poeta, ha sido galardonado con el premio al mejor periodista económico que cada año entrega el Instituto de Estudios Económicos. Hace bien el Instituto, catedral del liberalismo, en premiar a José María Triper: probablemente, es el último liberal que queda.

No seré yo quien reproche a nadie ser el último mohicano de una causa. En realidad, casi solo quedamos un socialdemócrata y medio: un servidor y el Papa. Lo del Papa puede ser discutido, siendo jesuita siempre andará en todas las fronteras, incluida la populista.

Suelo sentir el aliento de José María Triper en mi nuca, siempre vigilante en cualquier debate, tertulia o programa radiofónico en el que coincidimos. No es un problema: José María pertenece a la clase de tipos (también hay señoras, no crean) que te obligan a estudiar y depurar argumentos para competir. De datos no hablamos: los tiene todos.

Debo confesarles que amigos liberales los tuve desde joven, aunque no practicaba su religión. Los de mi quinta de estudios éramos todos heterodoxos: lo más de derechas que teníamos a mano era algún socialista (no del PSOE, de eso no había) y algún compañero o compañera de derechas que, eso sí, no llevaban bien lo de la dictadura.

Como José María, todos crecíamos pensando que otra España era posible. Lamentablemente ahora estamos como volviendo a empezar. Nos sobra todo lo construido, al parecer.

El cambio siempre es necesario, la disrupción puede ser creativa, cualquier liberal o de izquierdas puede confirmárselo. La cuestión que a José María le produce urticaria, y eso se nota en sus crónicas y en este punto no me importa acompañarle, es que en España no hablamos de disrupción sino de destrucción. Paciencia, José María, paciencia.

En el primer libro de economía en el que participé, coordinado por Nicolás Sartorius, en pleno "felipismo", solo escrbimos socialdemócratas. Ese viejo truco del capitalismo, decían los del socialismo realmente existente, para beneficiar a las clases dominantes.

El problema es que, en la disyuntiva de amar a la clase dominada u odiar a la clase dominante, la nueva radicalidad apuesta por el odio. Ahí es donde un liberal gana y la izquierda de verdad verdadera patina.

Ahora el estado de bienestar se ha convertido en una antigualla y lo que viene es el asistencialismo de ingresos mínimos.

Los beneficios de la protección contributiva, vinculada al empleo que dura lo que dura un PIB vacilante, quedan sustituidos por un asistencialismo de mínimos, basado en una extrema regulación y, para irritación de José Maria Triper y algún otro, una presión fiscal que empieza a ser irritante para muchos.

Esa opinión, sostenida en datos, es la que defiende José Maria Triper, aunque, para mi gusto, ahora que no está en mi nuca puedo decirlo, salvo en los costes impositivos del trabajo, que no es cosa pequeña, no veo que en España nos estemos saliendo en impuestos. Cierto es que autónomos, pymes y otros no parecen ser capaces de alinear costes y actividad.

No negaré, en ningún caso, que hay un montón de economistas, aunque no sean liberales o socialdemócratas, que no solo trabajan dignamente en su profesión, sino que usan la misma dignidad para influir en política.

Un amplio temario (desde el género al clima, desde la salud a la movilidad o la vivienda) ha nacido, superando a la vieja y, a veces, inútil macroeconomía, sin que los medios presten especial atención, a veces por un alineamiento ideológico que la generación a la que pertenecemos nos resulta extraño.

El tópico del artista bohemio, despreocupado e inútil frente al economista práctico, árido y ambicioso no resiste la comparación con la realidad. José María Triper no ha sido premiado por liberal, o quizá sí, pero lo que vemos los demás es su empatía. Un bien escaso y de la escasez de bienes y de empatía va la economía.

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