El escupitajo verosímil
Nuestro drama no es si un diputado escupió al ministro o no. El drama democrático es que la cuestión resulta verosímil. Vamos, que no nos sorprende. El escupitajo es ya la parábola de nuestra política.
Un debate sobre si el bufido del diputado incluía saliva o no hubiera resultado imposible hace una década; ahora es posible: producto de la política de la ira.
Ustedes saben lo que pienso del ruido populista. La metodología populista no solo es seguida por los radicales en la derecha o la izquierda, sino seguida por las fuerzas tradicionales, de derecha e izquierda, para evitar que los radicales les coman electorado. Las fuerzas políticas ya no trabajan poara obtener mayorías; trabajan para blindar sus electorados.
El histrionismo y la ira como política nos dan a Rufián y el escupitajo como baremo para medir la confrontación política. Hacer teatro en Madrid, sede de la caverna donde todos somos fascistas por no aplaudir por las calles el paso de Rufián, da rédito en una Catalunya paralizada, ensimismada y dedicada a la búsqueda de héroes diarios para evitar un mínimo diálogo.
Exportar al resto la fractura catalana es la estrategia de populistas de todo signo, empezando por el populismo independentista, enrocado en la estrategia fracasada, como por las alternativas unionistas, enrocados en sus estrategias electorales.
La falta de equilibrio se debe, entre otras razones, a la izquierda, ausente, incapaz de construir alternativas nítidas, liberadas de presiones y cabreos pensados para las televisiones y el tuiter. Incapaz, por su debilidad y su discurso contradictorio, de situar a la derecha conservadora ante la necesidad de reformular su estrategia.
Ustedes y yo no sabemos si se negocian los presupuestos; si se están cambiando pensiones por presos; si iremos a elecciones en un enloquecido domingo de Mayo; si henos cambiado la organización de la justicia por controles del Supremo, como no sabemos casi nada.
El secreto del populismo, ya les he escrito aquí alguna vez, es cabrearnos tanto que el diálogo se haga imposible: exclusiones, fronteras, discursos radicales, pactos inviables..eran lo que ya sabíamos.
Ahora, se añade la imposibilidad de ser gobernados. El presupuesto pasa a ser solo una posibilidad; el presupuesto resulta contestado por la Comisión Europea cuando se nos dijo que estaba negociado, la justicia ya enlodazada se suma a los interminables bloqueos políticos; solo discursos y pocos hechos, pero, eso sí, mucho ruido.
El descrédito de las instituciones crece en la misma proporción en la que crece el ruido. Congreso y Senado solo se nos aparecen como dos trincheras donde se intercambian discursos imposibles, descalificaciones y, ahora, verosímiles escupitajos.
Puede haberse producido o no pero el escupitajo, el bufido, el gesto de desprecio, sea lo que sea, a uno no le importa donde estaba la saliva del diputado, es ya la parábola de la victoria populista en la política española.