El enfado del padre prior

08.11.2022

Hablo, naturalmente, de Pablo Iglesias. El caballero siempre enfadado, enfadose nuevamente.

Subió al púlpito el padre prior a pronunciar sermón. Vio a sus apreciadas novicias que curran y mantienen su negocio, para qué engañarse. Pero no vio a la madre superiora, por él elegida para dirigir no solo el convento sino la predicación universal.

Enfadose mucho, pidió respeto, calificó de estupidez no fundar convento ya mismo. Y fuese, dejando catarata de noticias.

La historia de la izquierda de verdad verdadera está llena de luchas cainitas y de líderes que no saben dejar de serlo.

Nadie, acaso el electorado madrileño, echó a Pablo Iglesias de su vicepresidencia o de la política. Él fue quien decidió salvarnos, al parecer con poco éxito, del fascismo; al parecer, la ciudadanía no lo creía necesario. Fue él quien decidió que una cara amable movilizase menos votante en contra que su foto y pensamiento. Fue él quien anunció la buena nueva: ella, Yolanda, sería la papisa sobre la que edificaría la iglesia.

El problema es que no se trataba de caras: era la política.

Las múltiples izquierdas de verdad verdadera empezaron a huir de la toxicidad podemita: Madrid, Castilla León, Andalucía: mejor en casa que en dudosa compañía, opinó el electorado, huyendo a la abstención.

Un electorado que, por otra parte, también anda mosqueado con las alianzas estratégicas que ha puesto a Podemos y a la izquierda de verdad verdadera en manos de Esquerra Republicana, Bildu o la CUP, por un poner, que nunca se vieron en otra.

El conflicto como forma de hacer política está bien visto en esta polarizada sociedad, si es contra el adversario ideológico, lamentable asunto que traerá y trae no pocos lodos, mas no contra los propios. Este parece ser el giro que Yolanda Díaz ha emprendido y Podemos no acaba de entender, por más que el viaje de la papisa sea ignoto.

Gobernar en coalición es difícil. Díaz parece haber encontrado un camino entre el ministro silente de la carne y el azúcar (Alberto Garzón) y las ministras tocanarices (Irene Montero y Ione Belarra) y su animador (Echenique). Un camino que sostiene, por cierto, con el no siempre explicado apoyo de Comisiones Obreras que hace de partido de la vicepresidenta, parte del tripartito que, en realidad, nos gobierna.

Además de una línea política que condena a Podemos a la alianza permanente con el PSOE, como los denostados payasos tristes de IU que tanto irritan a Iglesias, es la autonomía de la vicepresidenta la que molesta a Pablo Iglesias, que desea tutelar el cambio y la política de los suyos.

No es casual que, con la maldad que le caracteriza, haya calificado de nueva izquierda al encuentro de Errejón, Mónica García, Yolanda o los valencianos de Compromís. Nueva Izquierda era, precisamente, la corriente de Izquierda Unida que defendía un acuerdo con los socialistas para frenar el paso a la derecha.

Por otro lado, la vicepresidenta no parece tener prisa por ocupar los espacios del estado. Desprecia a los Ayuntamientos, prácticamente desconoce a las autonomías y cree, porque ella lo vale, que con una candidatura quince días antes de las elecciones generales vale. La traducción es que los centenares de cuadros colocados de Podemos que han sustituido a los antaño afamados círculos se queden sin oficio ni beneficio.

Monedero, Iglesias y Errejón lo explicaron: hay que tener sillones para vivir cuando tornen días malos. Díaz no tiene prisa: al contrario, quiere liberarse del peso de un partido, quiere movimientos cívicos, tipo chavista, Boris o populistas de todo signo que no tengan más cúpulas que el líder. En realidad, era el fenecido modelo de la última IU que, no obstante, se resistió, a renunciar a votaciones, ejecutivas y tontadicas internas de ese tipo.

No es el respeto, es la política. Eso es lo que separa a Iglesias de la madre superiora. El respeto se arregla con un par de mitines y un "nena tú vales mucho". La política y las listas son otra cosa que, Andalucía lo muestra, se arregla mal.

Pablo Iglesias no se ha ido, cree él, como cree que españoles y españolas le debemos algo. Pero, en política, el que se va se va. Pablo Iglesias es un muerto político viviente, y quien abraza a un muerto acaba de zombie. Alguien debería decírselo, pero a sus herederas (no sé si queda heredero alguno) ya les va bien un vocero que, de vez en cuando, les saque del silencio.

En realidad, esto no es una historia de izquierda, es más de carmelitas: el enfado del padre prior, por un viaje de la madre superiora a fundar conventos, sin pedir permiso.   

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