El cabreo del taxista, la devaluación del trabajo y las razones a medias
A los taxistas les asisten razones; creo que los taxistas y las ciudades podrían hacerlo mejor que Uber o Cabify y, también, que la paciencia y la negociación vienen a ser mejor que poner patas arriba la vida urbana.
Los negocios basados en internet han dejado de ser simpáticos. Desde Airbnb a Uber, pasando por Cabify, están generando tensiones urbanas. Una parte de la reacción, sin duda, tiene que ver con el carácter disruptivo de las nuevas tecnologías y su agresión comercial a viejos sectores, menos flexibles y acomodados a regulaciones tradicionalmente estrictas y basadas en licencia.
Hay razones para la ira en los mercados agredidos. Las licencias de toda la vida, sean de taxistas u hoteleras o de alquiler residencial, son en realidad patrimonio económico sometido a devaluación por las nuevas competencias, en no pocos casos basadas en economía irregular.
Las licencias de los taxistas no son un casposo privilegio de antaño. Los profesionales del taxi consideran la licencia, devaluada por la competencia, como un fondo de pensiones, una jubilación de la que se les está privando. También es cierto que las licencias existen por fallos de mercado que hacen necesaria la regulación
Pero, en realidad, Uber o Cabify no han aportado tecnológicamente nada nuevo. Lo que han aportado es el mismo negocio de siempre pero externalizando costes al conductor, devaluando las condiciones de vida del profesional: así se puede ser más barato y parecer que se ayuda al usuario.
Uber o Cabify crean tensiones en los mercados tradicionales no solo porque devalúan los patrimonios de taxistas sino porque inducen una precarización agresiva de los mercados laborales. Entre Ustedes y yo, el inventor de Uber no es un genio, es un comisionista un poco cabroncete.
La huelga convocada por los taxistas vuelve a poner de relieve su enfado. El cabreo de los taxistas es comprensible. Tiene que ver con el deterioro de lo que consideran una inversión (su licencia) y con un modelo de trabajo que no solo reduce sus rendimientos sino que les somete a imposibles jornadas laborales.
Es seguro que, en términos de mercado, el mundo del taxi deba aprender a relacionarse con la clientela de nuevas formas y que estén pagando décadas de reticencia a la adaptabilidad. Pero la cuestión es si ese deterioro - de renta o patrimonial- contribuye a un modelo de ciudad sostenible.
No hay que engañarse demasiado: el mercado que a las nuevas formas de movilidad interesa en España es el que forman Madrid y Barcelona, y poquito más.
Todas las medidas que se han adoptado solo han servido para poner más vehículos en las vías: a los taxis de siempre, se han sumado los vehículos de UBER, Cabify y otras licencias de alquiler; a ellos, podemos sumar los Car2gGo o Emov , otras, las motos eléctricas y los patinetes.
No es muy justo reprochar a los taxistas que su defensa de la licencia sea una defensa de lucro futuro. Si podríamos reprochar al taxi que la crisis más disruptiva del sector se haya enfrentado con el único criterio de grupo de presión, sin superar algunos problemas como son el precio como única variable, falta de flexibilidad ante el cambio y, en ocasiones, la falta de trasparencia. Esas son las medias razones que les quitan autoridad..
Las ventajas de Uber (y Cabify) no son otras que un eficaz sistema bajo demanda, asequible a usuarios y fácil de usar digitalmente. Sus debilidades son, además de venalidades e irregularidades, su ignorancia de los derechos de los conductores, la competencia desleal y especulativa con el coste de la licencia y, más aún, la ignorancia de las necesidades urbanas.
Se puede comprender el
cabreo de los taxistas, pero deberían entender que la simple resistencia sin
alternativas y negociación solo son medias razones que no ayudan a una solución
pacífica de la movilidad urbana y de su propio negocio.