Diplomacia de nocturnidad y aeropuerto
Si un geo camina enmascarado en La Paz, un arancel puede caer sobre una oliva en Jaén. Es lo que tiene la globalización populista: cuando te cazan, primero te escriben un tuit, luego te cae un castigo.
El ministro Ábalos - sin reputación y bastante debilitado- dimitirá más pronto que tarde, por supuesto por razones personales o para dedicarse al partido que tanto aprecia. Los efectos de su peripecia aeroportuaria no tienen enmienda.
Ábalos no solo ha inventado una nueva dimensión espacial: lo que hay entre la T1 y la T4, incluidas las salas VIP, no pertenecen a España. Sobre todo, ha mentido reiteradamente.
La cosa, señoras y señores míos, es que un día Delcy Rodríguez tendrá un apuro judicial y cantará más de lo que se ha contado, para librarse, o algún servicio secreto hará lo que le hicieron a Salvini, y nos hizo gracia, filtrar una grabación.
La tradición española de ministros de Fomento que son conspiradores tabernarios es amplia. Desde la España liberal tenemos sobrados ejemplos. El problema es que cuando se cambia la copa de taberna por el Martini de 007 las cosas se estropean.
Pero para qué engañarse: la reputación es una cosa muy sobrevalorada. Así que el hecho de que la política exterior española sea irrelevante en el contexto europeo parece importar poco. Otras cosillas de nada merecen reseñarse.
España reconoció a Guaidó, luego el ministro ha venido a recibir a una usurpadora. España es responsable de aplicar las decisiones europeas en Venezuela, luego hemos incumplido. Contraprogramar a Guaidó, con el ruido de la Señora Delcy, ha provocado que Guaidó se busque un nuevo mejor amigo, el presidente de Canada, que por cierto no da puntada sin empresas (como se sabe en Cuba), en un momento en que Trump busca liberarse de las entidades españolas en Hispanoamérica.
Tocarle las narices a la Unión Europea no es buena idea, cuando se envía a ministros y ministras a solicitar que no se reduzcan las ayudas agrarias. Tocárselas a Trump no se compadece con mandar una ministra de exteriores a aliviar a las aceitunas españolas de aranceles.
Europa tiene problemas estratégicos de primer orden. Quizá no sea casual que Borrell, responsable del asunto, esté desaparecido, con un creciente protagonismo del presidente del Consejo. Macron, Merkel y el presidente polaco no cuentan con España, en un escenario donde el unilateralismo norteamericano y la presión rusa determinan la agenda.
En ese escenario tampoco es inteligente salirse de la disciplina europea e ignorar sus decisiones diplomáticas, cuando España va a necesitar del apoyo de los negociadores del postbrexit no solo en el asunto de Gibraltar, sino en los pesqueros, los agrícolas o los industriales.
Quizá no es Zapatero, cuyas razones socioeconómicas y políticas para su pasión venezolana se nos escapan o no han sido explicadas, quien debiera marcar la agenda exterior. Venezuela, como Ecuador, no son asuntos sencillos. Gobiernos de origen obviamente legítimo y popular han devenido, por razones de diversa naturaleza, en responsable de un bloqueo social y político irresoluble sin elecciones democráticas.
La diplomacia de nocturnidad y aeropuerto, al margen de los socios europeos, las ocurrencias diplomáticas en Barajas o en La Paz devalúan el papel de España. El martes, la mitad del parlamento Europeo nos tirará de las orejas, lo veo venir. Pero ya les digo: la reputación exterior está muy sobrevalorada en tiempos de globalización populista.