Desde mi caverna, día 16: la desconexión de Simón

30.03.2020

Fernando Simón se ha contagiado. Le deseo, como a todas y todos los infectados, lo mejor y la más rápida recuperación. La cara de nuestro trabajo frente a la pandemia ha caído. Joder, eso no pasa en las películas de virus: la vida nunca es como en el cine.

En realidad, Simón había desconectado hace días. Probablemente, desde el inicio de la alarma y nuestro confinamiento. Quizá hubiera sentido ya la frustración que nos produjo saber que su rotundidad y su claridad no se sostenían, siempre, en datos. 

Quizá, al final, las medidas que un día eran innecesarias y al siguiente buenísimas le pudieron. A lo mejor, el debate algo airado en la profesión, irresponsables manifiestos por medio, le hacía daño.

También es cierto que el blindaje mediático a que le ha sometido el comisario de prensa y propaganda de La Moncloa, filtrando preguntas y comentarios, corrigiendo para que nadie se salga del relato, cortando la relación directa con los periodistas, le ha impedido hacer lo que mejor hacía: explicarse.

No es menos verdad que la impericia de los gestores le ha convertido en el ejemplo de lo que no se hace en comunicación de crisis: comunicar lo negativo (contagios y fallecimientos), al tiempo que se fracasa en los paliativos, que por cierto, no dependían de él, sino de un Gobierno que se rodeó de un equipo científico ajeno a la estructura institucional, con alguno que minimizó el virus.

El corolario del episodio de los tests chinos, por nadie explicado, la falta de medios disponibles para los que se encuentran trabajando en la ola de la pandemia, un Ministerio de Sanidad que decidió centralizar, una década después de haber abandonado el mercado sanitario, han ido minando su fuerza de convicción y, por tanto, nuestra confianza.

Él debe abandonar el campo, herido por el virus. Nunca sabremos, o quizá sí, los secretos de aquella primera semana de marzo, la primera banalización que los analistas, periodistas y ciudadanías aceptamos, entre otras cosas, gracias a la seguridad que Simón nos transmitía.

Los cuidadores corren. Los que se enfrentan a la pandemia sin medios o los que han podido prepararse relativamente están al aire todo el tiempo. Todo el mundo protesta, mientras los demás esperamos el "pico", que dicho así suena fatal.

Estamos sobreinformados sobre la progresión de la epidemia, recibimos mensajes de guasap que nos hablan de tasas, de emergencias, camas, turnos, UCIs. De vez en cuando, nos atrapa el tweet o el mensaje, imposible de confirmar, retransmitido por enfermeras que nos avisan de que, en esa primera línea, empieza a contagiarse mucha gente y el agotamiento emocional empieza a cambiarse en cabreo.

Estamos confinados; estamos confinadas; el tiempo pasa con lentitud infinita. Y el portavoz políticamente autónomo ha desaparecido. Salen los soldados a hacer de portavoces, pero en realidad, aunque al comisario de prensa y propaganda de La Moncloa le gustaría, esto no es el "Ministerio de la Verdad": cada vez se parece más a "La balsa de la Medusa".

Hay algo que Simón, probablemente, descubrió cuando se puso en modo desconexión: en el mundo real, las palabras tienen consecuencias. No es casualidad el lenguaje bélico que los soldados han prestado al gobierno: la guerra exime de responsabilidades.

Aunque quizá ya sea cierto. Ya no necesitamos a Simón, solo vigilantes del "pico". Porque a golpe de sustos, a pesar de que hay mucha tontería en marcha, la verdad es una: tenemos que quedarnos en casa.

Mientras mi nieto ve la "Dama y el vagabundo", al fin algo que entiendo y con héroes a mi medida, mientras mis nietas juegan con sus padres semiagotados, me mandan su mensaje diario: "Abu, todo saldrá bien". Y yo les creo y se lo cuento a Ustedes, a Fernando Simón y a los que están pasando un mal rato. Ánimo.

Banda Sonora del día; Labordeta, Canción de amor, dicen que no nos queremo

Foto del día: Intento fracasado

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