Desde mi caverna, día 13: la torrija del confinamiento

27.03.2020

Es viernes y los viernes, se lo tengo dicho, sostiene mi jefe radiofónico Don Juan Ignacio Ocaña, que otro tipo de crónica es posible. Pues nada, aquí estoy haciendo labores de servicio público y les sugeriré una receta con "recao". 

Quiero decir que ustedes pueden agasajar a los suyos y suyas, mientras juran, si acaso,..., contra el virus, naturalmente. La frivolidad tiene una ventaja, dice una portavoz de hoy de la autoridad delegada que los CEO de ClikradioTV no me pueden despedir; o sea, oiga, aprovechemos.

No; no vengo a hablar de su estado catatónico de confinamiento, ni del de los compradores de material chino del Gobierno, aunque quizá sí, que en estas crónicas "weekend" nunca se sabe.

Cuando no vivíamos en plan Gran Hermano, fueran donde fueran por estas fechas, sus amistades le obsequiaban con torrijas. Todas ellas eran del tipo "como las hacía mi abuela". Es sabido que son las abuelas y no las madres las que ejercen magisterio gastronómico. Así, hay tantas clases de torrijas como abuelas o modelos de mascarillas chinas.

Para ser rigurosos, hemos de decir que no son la cuaresma ni las abuelas. La culpa de que sus amistades le agasajaran con pan frito en la Semana Santa, un día sí y otro también, la tienen las parturientas romanas, el hambre y un cura castellano.

Las torrijas, como las migas, se han beneficiado de un excesivo "branding": veinte siglos ponderando sus virtudes las han convertido en un producto imprescindible. Que esa presencia ineludible se produzca en Cuaresma se debe a un secreto de la historia o a que en la cuaresma de posguerra se pasó mucha, pero que mucha hambre.

El pan frito con miel y leche se encuentra en los papeles de un tal Apicio, un destacado gourmet del siglo I, pasó por la edad media y llegó al renacimiento español. Juan de la Encina, poeta y cura castellano, nos dejó una receta sugerida: "miel e muchos huevos / para hacer torrejas", propuesta que el poeta hace a la Virgen, para que se cure de haber parido al redentor, que es mucho parir, casi como uno de los decretos del gobierno

De la Encina desvela así el secreto del dulce: tiene su origen en la voluntad de las parturientas romanas de recuperarse cuanto antes, a golpe de aportación energética.

No es su caso, no es su caso, y quizá la aportación calórica este siendo excesiva en el confinamiento, pero, total, nadie le mira y un día de estos cualquier ministro o ministra delegado le promete que al salir de esta, que saldremos, nos pone gratis los gimnasios. Además, siempre se puede dar unas vueltecitas por el salón que les dejarán nuevos o nuevas.

Hagan acopio de pan duro, claro que si usted es tipo hipster será de los de comprar panes preparados, especiados y aromatizados en cualquier panadería de lujo. Vaya, vaya, cuénteselo al guardia que está en fase comprensiva.

Si son Ustedes de abuela normal, deberán guardar, como ingredientes, unos cinco huevos por una barra de pan; canela, un litro de leche, azúcar y aceite de oliva.

Si su abuela era pijita, aunque no lo supiera, háganse con vainilla (la vaina es suficiente, ahorren las semillas, si es que usted en lugar de pensar en su fino trasero, pensó en los postres y tiene), unas peladuras de naranja o limón y miel. Si ya está Usted en el nivel gourmet, o es de los modernos que se van con Airbnb a Oporto, pueden preparar un poco de ese vino.

La elaboración requiere nivel culinario del siglo I, que es como ser delegado del gobierno, ministro de Consumo o comprador de test chinos, así que no se pongan a presumir en el guasap.

Pongan Ustedes la leche en un cacharro y llévenla casi a ebullición; pongan azúcar, vainilla y canela, bien removido y dejen reposar la infusión (pueden añadir la peladura de naranja, limón, no protesten: ahora las cosas son de coaliciones amplias y ruedas de prensa de cuatro o cinco, ustedes me entienden)

No hace falta que manchen la vitrocerámica, se puede hacer en el microondas, que viene a ser como un Consejo de Ministros telemático.

Si están en el nivel "pijogourmet" ponga la copita de Oporto (he dicho copita). La leche no debe estar caliente cuando empape el pan. Si está caliente, el pan reacciona como si usted oyera a Quim Torra.

Pongan la leche en un recipiente adecuado y dejen que el pan empape. Mientras, pueden batir los huevos; el ritmo debiera ser como si usted fuera emigrante y el huevo fuere Abascal, dele con gracia. Saquen Ustedes las rebanadas cuando consideren que están en su punto de leche, báñenlas en el huevo y frían el pan.

No se pasen de aceite y no ponga muchas para que se mantenga la temperatura. Quiero decir, aceite caliente, más Casado que Arrimadas. Deben dorarse por ambos lados.

Según las van sacando las pasan Ustedes por un plato de azúcar y canela y las dejan reposar. O usen la miel, si es menester. Depende del lado de coalición que ustedes gusten, la miel de caña tipo Iglesias igual es demasiado para el confinamiento. Si las dejan reposar, habrán sudado algo de almibar y sabrán mejor.

Ahora, si no recuerda alguna anécdota de abuela e infancia que contarle a sus hijos y resto de confinados, debe Usted inventarse una abuela y una historia. A la gente le gusta tanto el pan frito como que le cuenten un cuento. También puede ponerles una rueda de prensa de Sánchez, mientras tratan de adivinar lo que dice, no preguntrán por el cuento.

!Cómo no va a quedarse en casa con tal manjar!  Hagamos torrijas, ya otro día les explico lo del potaje de cuaresma. Es tan sencillo, que mi nieto y mis nietas, con vigilancia paterna en la parte aceite, las hacen. Dicen que todo saldrá tan bien como las torrijas y yo les creo.: 

Banda sonora: Antonio Molina Cocinero, cocinero.

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