De Biden a Bildu: lo que cuesta pegar un cartel y solo llevamos dos días
Pegar carteles se ha puesto difícil: hay que irse a Washington o tragarse un sapo para que el cartelito te quede mono.
Los más viejos del lugar quizá recuerden aquellos días en que te convocaba el partido, te daban un cubo con cola y un escobón y a llenar paredes. Aquello pasó a la historia, la militancia no estaba para pegar, los Ayuntamientos te colocaban emplazamientos donde nadie veía a quienes aspiraban a califa o ponían tasa inmensa si querías llenar una fachada tipo Laporta.
Ahora, aún se ha complicado más. Para competir y parecer hombre o mujer de estado hay que tener Falcón e ir a Washington a saludar. Hay que decirlo: vender saharauis (con alianza marroquí por medio), aumentar destructores, hacer crecer el gasto militar, traerse inmigrantes hispanos, mientras aquí expulsamos en caliente a los subsaharianos, ser activista de la OTAN, todo muy de izquierda como se ve, merece una pegada de carteles
El tránsito de la postsocialdemocracia al globalismo populista es lo que tiene. Que diré yo, es como no levantarse ante la bandera norteamericana (Zapatero) – cosa que molesta mucho a los norteamericanos sean demócratas, conservadores o populistas- y dar paseíllos con el gran hombre blanco al día siguiente.
Qué hayan quedado cosas sin hablar (las tierras contaminadas de Palomares, los aranceles a las aceitunas y otras cosillas) no empece para que el viaje en Falcón deje una pegada de cartel elegante.
Es curioso que quienes reprochaban a la izquierda la necesidad de una política exterior "más atlántica", dentro de la propia izquierda, por cierto, sean ahora despreciados por el modernísimo globalismo populista, probablemente más por necesidad que por convicción.
Porque la necesidad es la necesidad. Pocas veces unas elecciones se convocaron en un contexto más atrapado por las alianzas externas e internas.
La única forma de sostener gobiernos es que los nuevos aliados no se rebrinquen y mantengan su peso; Félix Tezanos "el Certero" lo ha dicho. Lo que quieren decir esas horquillas de sus informes, que más que horquillas parecen peinetas, es fácil de entender: Camaradas como se os vaya la mano con Podemos y el resto de la peña os quedáis sin mandato.
Y así, aunque duela, duela, ahí tienen ustedes al prócer en Washington, diciendo lo de los candidatos de Bildu es cosa de ética, noten que no de política. O al aparato de campaña de Moncloa señalando a la vicepresidenta de la izquierda Chanel que no se pase con la otra izquierda de la izquierda que, luego, pasa lo que pasa.
Los temores de los candidatos y candidatas del globalismo populista y post socialdemócrata son que el mirar al techo ante las abundantes "tontadicas" que los aliados ponen en marcha en la campaña aliente el voto de derecha allí donde, por un poner, no se les esperaba.
La derecha vasca (el PNV) ya ha puesto en marcha la maquinaria, que es mucha maquinaria, y la española (PP y VOX) no dejará pasar, es natural, la oportunidad. No comparto el criterio de acusar al PP de no saber hacer campaña sin ETA. Imagino que los socialistas vascos y navarros el asunto les ha hecho una gracia de la muerte.
Quien ha traído a ETA a la campaña ha sido Bildu, de forma notablemente inexplicable y para pasmo de sus voces en Madrid y en las grandes capitales, que se ven venir el disgusto. Pasará una generación hasta que la dureza del terrorismo sea perdonada y las víctimas desagraviadas.
Porque difícilmente habrá perdón si los que defendieron la violencia no pasan página primero. Los liderazgos herederos deberían poner blanco sobre negro su distancia con la violencia asesina.
Imaginen, por un poner, que se detecta en una candidatura a un exconvicto por corrupción o uno de esos acosadores o violadores sexuales de pena cumplida, rebajada o exonerada. Pondríamos el grito en el cielo, distinguiendo entre legalidad y legitimidad y, más aún, exigiendo responsabilidades políticas a los componedores de candidaturas.
Fernández Vara, allí en Extremadura, en voz baja para que no se note que está, sostiene que no hay alternativas a estos aliados. No sé si la reflexión es peor que el cometido. Si no hay alternativas a siete asesinos (que sean exconvictos no les priva de condición ni del derecho a vivir y trabajar, pero la representación política es otra cosa) es que andamos chungos de política.
Pero lo que es, es: hay que hacer una pegada de carteles en Washington y mirar al cielo en el Falcon. Total, si hay disgustos ya lo pagaran alcaldes y presidentes, que no saben lo que es el peso de la púrpura.
De Biden a Bildu: lo que cuesta, a los demás, pegar un cartel, y solo llevamos dos días