Cuando su vida vale veinte céntimos
Hoy es viernes y como llevan ustedes más viernes con el cronista que con Will Smith sabrán que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos reclama no ser sesudos. Los CEO de la radio aplauden el criterio y prometen abonar, a la misma velocidad que el Gobierno a los gasolineros, oportuna prima (no colará hoy tampoco, lo sé.)
No obstante, no es semana para risas, la guerra sigue, la economía sufre y la ciudadanía más. Así que hay cosas de las que ocuparse.
Imagine, por un poner, que es usted un chico de La Finca cuyo Ferrari es tratado como el coche de un obrero. Imagine, por un momento, que es usted un obrero del metal de Vallecas cuyo Ford fiesta antiguo ha sido tratado como el coche de un chiquito con Ferrari.
Se encuentran en la gasolinera y sonríen. Al fin lo hemos logrado: la lucha de clases ha terminado. En el surtidor, el obrero y el patrono, "el noble y el villano, el prohombre y el gusano", el pobre y el rico se dan la mano: ha llegado el socialismo.
No faltará alguien que diga que subvencionar por igual al que tiene más que al que tiene menos no es muy eficaz ni equitativo, pero seguro que se trata de algún cronista pejiguero de esos que abundan en la radio; o sea, uno mismo.
Que esto sea así, ha sido explicado certeramente por la ministra del asunto: el vendedor de gasolinas no nos puede pedir la declaración de la renta.
Cierto es; pero resulta curioso que pudiéndonos mandar a casa multas o sobrecitos de esos con plásticos negros, con exigencias de Hacienda, no se nos pueda mandar un chequecillo para que cada cual cobre "según sus necesidades", que es lo que recomiendan desde los manuales de economía a la vieja socialdemocracia.
Por si poco fuera, para reforzar esta sociedad igualitaria llena de colchones protectores, el Gobierno ha añadido a su ordenador decreto de urgencia una técnica de reparto social que creíamos olvidada: Españoles, el racionamiento ha vuelto.
Como son ustedes unos acaparadores, como están a punto de vender su coche para comprar gasolina, para evitar que no vendan la leche acaparada en su escalera, el previsor gobierno permitirá que los vendedores retiren de las estanterías aquellos productos que usted tanto ansía, con el noble objeto, naturalmente, de reponerlos al día siguiente a mayor precio: la gestión de stocks es muy importante en el socialismo.
La lucha de clases ha terminado, señor y señora mía, porque, entre otras cosas, su dinero no vale nada. Lo que tenía invertido el rico hace un año, pierde como lo que tenía guardado en calcetín el pobre: un diez por ciento menos.
Ya ven, la señora Calviño esperando que ustedes se lo gastaran todo para empujar la economía y ahora resulta que andan perdiendo ustedes capital a espuertas.
Sí, hay quien cree que eso se va en recaudaciones para el sector público.
Ya verán ustedes en cuento los pensionistas reclamen que se les deben diez mil millones y, otro sí, los probos funcionarios. Verán cuando suban los intereses de la abundante deuda o los famosos fondos europeos no puedan gastarse porque las empresas no acudan a las licitaciones al ser los precios más elevados que sus ganancias.
No; el socialismo no lo ha traído Putin, cómo el desmadre de programa económico de urgencia no es contra las consecuencias de la guerra, sino contra los precios.
Dicen los expertos que las medidas llegan tarde, que apenas bajarán la inflación, que los problemas no están en los que pagan sino en los que ofrecen y que los mercados relevantes seguirán en crisis de precios.
Ya veremos, pero el consenso parece ser una bajada del crecimiento y un mantenimiento de altas tasas de inflación.
Pero amigas y amigos, qué son estos pequeños detalles, propios de diletantes cronistas, ante las circunstancias gloriosas que henos alcanzado bajo el liderazgo del gran conductor: por una vez, aunque solo sea hasta el treinta de junio, la dicha nunca es eterna, la lucha de clases ha concluido.
Y todos felices, de la mano, subiremos las calles y bajaremos las cuestas, "empapados en alcohol", eso sí, racionado. Aprovechen: ha llegado la fiesta.
Cuando su vida vale veinte céntimos, cómo no celebrar un gran fin de semana.