Carta a mi tabernero
Espero, estimados y estimadas alarmados, que su estado, como corresponde, sea fetén. No hay alarma que pueda con ustedes y si es semestral y sin control parlamentario, mejor que mejor: los diputados y diputadas se ponen díscolos.
Cosa que daría para sesudo análisis. Pero es viernes. Y como ustedes llevan con el cronista más viernes que con el virus, sabrán que Don Juan Ignacio Ocaña, jefe de nuestra excelente cliktertulia, mandata que el fin de semana no se practica la cosa sesuda. Los CEO de la radio, incluso, pagan prima por ello (cuánta esperanza, cuánta).
Es en Pasión de los fuertes: Henry Fonda, el comisario Wyatt Earp, deprimido por mal de amores y con el guisqui matarratas en la mano, le pregunta a Mac el tabernero, Farrell MacDonald para los humanos, si se ha enamorado alguna vez. El barman le responde: "yo siempre he sido camarero".
Eso, estimados y estimadas, es un tratado de fllosofía. De hecho, el adolescente cronista no deseó besar a Clementine ni andar hacia el ocaso con el elegante paso del sheriff Earp, sino encontrar, de mayor, un tabernero de esa calidad.
Tras años de callejeo madrileño, lo había encontrado, pero el virus me lo ha robado.
Estimado tabernero: espero que, al recibo de la presente, tú y tu familia os encontréis bien.
He sabido que, tras cabreo y oportuna manifestación, has cerrado tu establecimiento. Yo ya lo entiendo, pero por qué eres, malvado, tan insolidario. Me condenas al abatimiento.
¿ Qué hará el cronista sin su taberna? Inmediatamente, he ido a la farmacia, Prozac. Lexatin, por amor de cualquier dios en el que crean en las farmacias. Pues no. Se requiere receta que solo obtendré tras video o televisita médica, porque no están los héroes para verme ni resolver esta ansiedad que me agita.
Siempre, querido amigo, recordaré aquella noche de copas y palabras en el bolín que vos dejaste, cuando me retiraste el cuarto Martini, un caballero no bebe más de tres me dijiste, para añadir con voz grave: vete a vivir con mamá.
Lástima que mi madre no opinara lo mismo, pero es el mejor consejo que se le puede dar a un hombre.
Qué haré, ahora, sin la taberna de antaño. MI querido tabernero, confinado en mi pueblo, sin saber si puedo o no viajar a las viejas rutas del pecado, ignorando si Iglesias tasará con incómodo impuesto mi vermú de adinerado parroquiano.
Constato que los rumanos, excelentes y muy resilientes profesionales se han adaptado y regentan las tabernas a las que me acerco.
Pero no es lo mismo: en lugar del zarajo me sirven una gamba cocida y tiesa que, además, a causa de la regulación pandémica, te ponen sin servilleta de papel, para que el jugo y sabor se quede en la máscara. Idea de Illa, que maravilla.
Qué decirte del vino. Grandes, grandes, son los taberneros rumanos, pero, tú sabes, les das un Vega Sicilia y en lugar de acunarlo cual bebé lo meten en una nevera. Sí; la diversidad es buena, pero puede ser dura de aprender.
Qué haré sin ti, mi estimado tabernero, Vale; me pagaré un sicólogo que me acompañe a la hora de la taberna. Quizá reclame, en manifestación, que Escrivá, sin decírselo a Iglesias naturalmente, ponga a taberneros en video conferencia.
No es idea alocada. En la taberna se habla mucho con uno mismo y poco con el tabernero. O sea, que un funcionario teletrabajando podría cumplir el papel con excelencia.
Querido tabernero, has cerrado porque no eres resiliente ni flexible ni nada de eso. Mira que no mandarme el viejo vermú de grifo a casa, no hacer una espuma de gallineja, una esferificación de entresijo, que un "rider" me traiga a mi domicilio.
Qué cobarde, cerrar un negocio para ensuciarle las estadísticas al gobierno, malvado derechista.
Pero aquí me tienes, viejo amigo, dueño del bolín que vos dejaste, un puente sin taberna, eso no se hace que lo sepas, no se hace.
Pero no habrá odio entre quienes conspiramos tabernarios motines durante décadas. Quedaremos los parroquianos como debemos: tristes, más enmascarados, en filas de a seis, con menos tabernas, pero más lexatin.
Illa, que maravilla, lo quiere, si fueras Pedro J, te darían festejos, agua y cordericos, pero solo eres un tabernero contagiador. Cierra, maldito.
Me despido de ti, esperando tu retorno y deseándote, como a mis estimados y estimadas, un gran día