¡Viva la clase media! Perdón, es que está irritable
¡Viva la clase obrera! Gritábamos y gritaremos en innumerables cortejos. También, todo hay que decirlo, en innumerables barbacoas en las que, junto a la hoguera, nos contamos páginas heroicas e irrepetibles contra patrones venales y cosas así.
Al final, celebramos que la irrupción del movimiento obrero, a golpe de sacrificios y sindicatos, transformó en democráticos los sistemas políticos que, en los países de nuestro entorno, acabaron en Estado de Bienestar.
En estos tiempos, donde lo moderno y progre es retirar a Caperucita de las bibliotecas, por ser machista relato, mientras se luce con orgullo camisetas de una serie que viola a una mujer por capítulo, conviene recordar que nuestra condición de ciudadanía se debe a burgueses ilustrados y obreros sindicados, que eliminaron la violencia medieval para dotarnos de reglas. ¡Viva, pues, la clase obrera! Dicho queda, aunque sea en voz baja y suene antiguo.
Mas, si elevamos la voz, digamos: ¡Viva la clase media!. Está muy irritable y conviene no molestar. La aparición de la crisis enervó a la clase media y a sus vástagos, provocando toda suerte de radicalismos.
Como les tengo escrito, no es nuevo que las pequeñas burguesías airadas y sus herederos empobrecidos, sea por crisis, inflación o por hipotéticos daños globalizadores, extiendan su cabreo sobre las democracias europeas, dificultando la respuesta a los especuladores que nos dieron las crisis,
En un momento en que los taxistas se han convertido en el sujeto de cambio, griten conmigo: ¡Viva la clase media!. Afirmen que es quien ha sufrido la crisis, ignorando los migrantes expulsados, los trabajadores y trabajadoras despedidos o los salarios devaluados. Afirmen que los sindicatos no cuidan de otros intereses que los de funcionarios. Queda moderno y enterado.
Cuando la clase media era un grupo social con un nivel de renta que le daba una seguridad respecto al futuro, dejaba las calles del uno de mayo a obreros y unas pocas obreras. Ahora, también, porque se protesta en las plazas una vez al quinquenio, que la indignación es una forma de vida.
Ahora, los tiempos han cambiado y, fíjese Usted, el bedel de cualquier facultad donde los chicos y chicas de la clase media dan clases tiene un ingreso más estable que los taxistas, por no hablar de abogados. Cualquier funcionario o maestro cobra más que quienes regentan un bar y un médico gana lo mismo que un conductor de autobús. Y así no vamos a ninguna parte.
Es entonces cuando el animal mitológico en el que se ha convertido la clase media ruge su furia cual dragón. Las crisis, al hacerse financieras, dañan los patrimonios, se socializan y el concepto de seguridad se volatiliza. La revolución digital de la economía y el riesgo de desaparición de muchos oficios traen la inseguridad que siempre conocieron los trabajadores y trabajadoras que se armaron en sindicatos para ganar seguridad.
Los más cabreados porque la noción de clase media ya no sea informativa son quienes se reclaman de la misma, que siguen rechazando ser trabajadores, acercarse a sus sindicatos y se llaman ciudadanos y ciudadanas, como si el obrero del metal fuera una pieza de museo predemocrática.
La
clase media está irritable y en cuanto nos despistamos genera monstruos. Hagan su Primero de Mayo, en cortejos o en barbacoas, de sus valores
surgen esos gritos democráticos que, de vez en cuando, tenemos que dar los que
sabemos que la ira no es política sino un monstruo. Será antiguo, pero ¡Viva, pues, la clase
obrera!