¡Apretad, apretad!
¡Apretad! Dice el vicepresidente segundo del Gobierno, para sonrisa de quienes unas horas antes habían gritado: "Iglesias come lubina y el campo es una ruina". Nada como pasarse a la pancarta para que el desprecio se torne en caña.
El problema, cuando uno es gobierno, es que debe tener una respuesta. Y, para qué engañarse, el que crea que lo del campo español es de un par de reuniones se engaña. Problema antiguo, de estructura, de un país que ya se alimenta de importación y que ya no es agrario.
La falta de rentabilidad de la miríada insostenible de explotaciones agrarias no se arregla con decisiones del Consejo de Ministros que, eso sí, pueden aumentar las subvenciones agrarias y aumentar los precios al consumo, que en realidad es lo que harían los precios mínimos.
El personal español, en esto, es como el europeo. Todos queremos una intervención pública que mejore la renta de los agricultores, favorezca la sostenibilidad ambiental y promueva el desarrollo de las zonas rurales.
Hay que reconocer que los políticos procedentes de la agricultura y las organizaciones agrarias son un buen grupo de presión y que el personal todavía se acuerda de cuando todos éramos de campo.
El problema es que la PAC, la matriz de la política agraria europea, no sostiene ninguna de las tres cosas. En materia de equidad, en España, el 80% de las ayudas se las llevan el 20% de los perceptores, en el resto de Europa por ahí; el modelo se apoya un modelo industrial de agricultura y llevamos veinte años con el mismo patrón de sostenibilidad.
Este, en España, es un problema antiguo. Y los argumentos que se escuchan desde las organizaciones agrarias y quienes que piden barricadas, vicepresidente incluidos, son, en general, antiguos. Cosa que, desde luego, no invalida las movilizaciones.
No; la agricultura no tiene nada que ver con la despoblación. Debemos acostumbrarnos a ignorar retóricas engañosas. No hay "España vaciada". Nadie ha conspirado para vaciar el campo.
¡Ah, aquellos tiempos antiguos (¿de los sesenta y setenta...?)! En realidad, fue entonces cuando se vació el campo, amigas y amigos. En los últimos 25 años hay sitios donde la población ha aumentado, allí donde hay explotaciones rentables, exportación y, por cierto, inmigración. ¡Viva la patria y el campo!
La despoblación no tiene que ver con la agricultura. Tiene que ver con la tasa de natalidad, con la falta de diversificación industrial y con un fenómeno universal. No; en Europa no hay políticas que impidan la despoblación rural: dos tercios de la población mundial (o sea, el sesenta por ciento) vivirá en grandes ciudades en 2050. Nada que ver con la agricultura.
No; no es del todo cierto que los agricultores hayan perdido más renta que los trabajadores. Cierto, el 2019 ha sido especialmente malo: una caída de la renta, contando inflación, del 9,5%, centrada en los vegetales, por cierto
Ahora bien, la renta agraria es un 15% más alta que en 2007. También es cierto que no todo el mundo puede decir lo mismo: los que sufren son las producciones vegetales - el 58% del sector agrario-.. Y si nos ponemos, los que más sufren son los olivareros, los que producen frutas y las patatas. Lo demás, no es para tanto. La ganadería y la agricultura ecológica, además de la industrial, no ven bajar sus rendimientos.
Ahora bien, es verdad: la muy famosa explotación agraria familiar española ha dejado de ser rentable. Es imposible mantener más de un millón doscientas mil explotaciones, al mismo tiempo que queremos producciones medioambientales y sostenibles, con unos costes prohibitivos.
Las microempresas y autónomos que copan el tejido productivo agrario, lejos de suponer un impulso económico, generan un freno al crecimiento económico, la rentabilidad y el avance de los salarios. La atomización de la producción significa que el territorio está plagado de pequeñas explotaciones sin capital físico ni humano, que resultan muy poco productivas.
Una atomización, muy diferente al la europea, que supone que los agricultores soportan el 90% de las caídas de precios. El problema de España es que la dimensión de los productores y la concentración de la industria procesadora hace que sea esta segunda la que fija los precios, sin atender a los costes de producción. Las movilizaciones debieran pretender articular un modelo de negociación.
Por cierto, el sector primario español está muy subvencionado: el 24,5% de la renta son subvenciones, eso sí, mal distribuido como se decía antes.
También es cierto que la cadena alimentaria esta formada por demasiada gente: la central hortofrutícola, la plataforma de distribución, el mercado de abastecimiento, la tienda (supermercado o hipermercado). La movilización debería convocar a todos.
La gran tienda, menos de un diez por ciento de la producción por ciento, no obtienen sus resultados a través de grandes márgenes sino por una elevada rotación de su circulante (muchas operaciones con poco margen).
Puede limitarse el poder de la distribución (por cierto, se habla poco de los exportadores que mueven más que las grandes superficies), pueden elaborarse índices de precios, pueden fijarse precios mínimos: nada de eso resolverá los problemas estructurales.
Las organizaciones agrarias, siempre partidarias de una PAC que ofrezca el mayor apoyo posible a los agricultores con la menor cantidad posible de restricciones productivas, ambientales o territoriales, no atienden al problema de fondo: las explotaciones no son rentables.
Apretad, pues, amigos y amigas del campo. La verdad es que el Gobierno puede hacer poco o nada en materia de rentabilidad. Igual había que manifestarse en otro sitio. Puede regular precios, Podemos está deseando: vale, ya lo pagaremos los consumidores.
Apretad, si el vicepresidente segundo os anima, no rebléis, entonces, sacadle unas buenas subvenciones a los precios, alguien las pagará.
Eso sí, en 2022
cuando llegue la nueva PAC, y las subvenciones dependan del clientelismo del
gobierno y no de Bruselas, volved a apretar: las explotaciones seguirán
sin ser rentables, las importaciones llenarán el mercado y Pablo seguirá
comiendo lubina.