Regla para el PIB: hervir gamba en agua de mar
La parada biológica es algo que todo ser vivo práctica. Siendo los cronistas no solo seres vivos sino humanos, créanme, pues aquí me tienen cumpliendo con mi obligación celular.
La parada biológica persigue rehidratar el organismo, aliviar la mente con libros y poemas (el Tiktok no cuenta) y mejorar las reservas de energía con las oportunas viandas.
Justo estoy leyendo unos versos que dicen "Trovador, no acalles al goliardo", recomendación que obliga, naturalmente a la oportuna hidratación con "el vino de las lenguas tropezadas".
Pero como no estoy en la Calle del Laurel como quisiera el poeta (Antonio Daganzo), sino en el asador mediterráneo en que se convirtió este charco, de Algeciras a Estambul, no puedo pedir tapa riojana. Así que echo una mirada a la carta que el hostelero, aviesamente, puso junto a mi vino.
Y colijo lo que me temía: no; los hosteleros, a pesar de la ristra de impuestos, las invectivas de la ministra de Trabajo y demás, no desean boicotear las previsiones macroeconómicas de Sánchez. Incluso, apoyan ese discurso de turismo sí, pero de ricos, que los pobres gastan poco y manchan mucho, que animan innumerables y recientes expertos sociales.
Los hosteleros se han pasado a la recaudación gigantesca. Incluso, el hostelero que hoy me hidrata ha descubierto una regla para el PIB que mejorará, sin duda, su volumen.
Habiendo incumplido mi promesa de visitar las gambas onubenses de mi amigo Paco Revuelta, observo el valor de la mediterránea gamba de Denia y descubro una notable adenda a la carta: "(opcional) gamba hervida en agua de mar, suplemento 14 euros", que con IVA se pone en 17, todo ello en un menú de 80 euros persona sellado, eso sí, por una etiqueta de Michelin.
Y, entonces, como el poeta, me pregunto por "la causa de tan hábil disfrutar": hay que hacer crecer el PIB antes de que todo estalle.
Los servicios turísticos – y los servicios a las empresas al sector: asesores, consultores, gestores, de los que uno disfruta en la parada biológica-, pretenden alcanzar en poco tiempo el peso que antaño tuvo la industria. Eso sí, con menos productividad, lo que hará difícil, lo diga la blanca paloma o su porquero, el crecimiento salarial y la reducción horaria. Pero eso, si acaso, se lo cuento otro día que en parada biológica se reflexiona lo justo.
Los guiris comen a 40 grados notables paellas y viandas, con sudor nordico apreciable. No es necesaria, en consecuencia, la climatización. Eso es para madrileños pejigueros como el cronista, cuya protesta por la ausencia del aire acondicionado, en locales de 40 grados a la sombra y humedad rayana en el 70%, se pierde en los libros de cuentas del hostelero que abunda en páginas y anotaciones
Si usted pone un suplemento por hervir una gamba en agua de mar y apaga el aire, el valor contable de la producción aumenta, el PIB crece, la satisfacción del guiri se mantiene alta y el de Madrid que se vaya a la taberna del Foro, que para eso tienen a Ayuso.
Ignoro cuanto aguantarán los visitantes los desmedidos precios de la actual hostelería y de los atestados hoteles, antes de irse a Túnez o Croacia. No solo es una técnica para hacer crecer el PIB, es una forma de expulsar a ese turismo de masas, de clase media y democrático que cambio para siempre el planeta e hizo posible la globalización.
Es que la parada biológica da, además de hermosas lecturas, para pensamientos profundos. Por ejemplo, por qué cuesta más hervir gambas en agua de mar, incluso por qué hacerlo.
Debe hacerse porque se hace desde que los jefes de El Bulli fueron elegidos los representantes de Dios en la mesa gastronómica. Al parecer, el yodo y la sal del agua del golfo de Rosas dan especial sabor. Hay quien en curiosa interpretación del llamado kilómetro cero se hace llevar agua de la cala del Golfo a Sevilla.
Eso sí, cuando Adán y Eva trabajaban en el Bulli el mar no estaba trufado de plástico y mercurio ni sus aguas contaminadas. Para evitarlo, ustedes pueden ir a alguna gran superficie especializada a comprar bidones de agua de mar, baratísima de la muerte, debe estar al lado de la sal del Himalaya, esa que después de aguantar siglos en el monte caduca a los treinta días.
Total, solo necesitan dos litros y medio por cada dos kilos de gamba, para una cocción que solo debe durar treinta segundos, para evitar que el yodo y la sal aumenten su sabor con la evaporación. Apagado el fuego y alcanzados los sesenta grados, que ustedes medirán con un termómetro especializado, de marca pija y extranjera, naturalmente, lo pasarán a un bol con hielo (este no hace falta que sea de agua de mar, sorprendentemente) para acabar la cocción.
Hecho esto, la gamba sabrá como las de toda la vida, ustedes habrán añadido 17 euros a su comida y probablemente contaminado del agua de cala su gamba. Técnica que pueden usar con cualquier pescado o marisco, a excepción del centollo según consejo experto.
Pero, eso sí, el PIB habrá crecido gracias a una sencilla regla: engañar al guiri o madrileño con un hervido de agua de mar. Montero lo sabe, ella se lleva el IVA, los catalanes sonríen: ellos se lo quedarán.