Los alemanes no la tienen tan grande, demasiado analógicos
Alguna vez les he dicho aquí con cierta ironía y algo de venganza del sur europeo que los alemanes ya no la teníantenían tan grande. No me refería a otra cosa que a su economía y su democracia. Hoy vengo a hacer lo que a los cronistas nos gusta más: decirles, con tonito, aquello de "yo ya se lo había dicho" .
Hoy, los alemanes han recibido dos malas noticias para su henchido orgullo: por una parte, por primera vez desde la II Guerra Mundial, un partido con toques nazis ha ganado unas elecciones en un Lander y quedado segundo en otro. Por otra parte, y todavía peor, por primera vez en la historia, la Volkswagen ha anunciado su disposición a cerrar dos fabricas en Alemania.
Es probable que ambas cosas tengan más relación de lo que parece. Cierto que la inmigración ha alentado a una formación política (Alternativa por Alemania) con notables rasgos xenófobos (no se les ha permitido la alianza ni con el grupo de Le Pen ni con el de Meloni, por usar terminología nazi). Pero la crisis agraria, la desafección política de las generaciones más jóvenes, las dificultades económicas y el tono prorruso de esas zonas también han tenido algo que ver.
Alemania no siguió, a pesar de los intentos de los americanos, el modelo económico anglosajón, y a impulso de Adenauer, primero, y Brandt después, recuperaron algún elemento prusiano y abordaron el consenso socialdemócrata que, de paso, generó el modelo social europeo. Dicho sea de paso, que los dos países centrales de Europa (Francia y Alemania) bordeen la crisis no es una buena noticia para nadie en el continente.
Alemania fue en su día un modelo económico a emular, pero su dependencia de industrias caducas le está costando caro. Los socialdemócratas europeos desean una buena relación con Alemania, desde los 70 y 80: es una pasión de la izquierda europea.
Se ha insistido durante décadas en que los alemanes teníann un modelo superior de capitalismo: basado en un buen diseño y una mano de obra calificada; acuerdos de financiación estables y a largo plazo entre las empresas y los bancos; un sistema más consensual de relaciones industriales; una red de empresas medianas, muchas de ellas familiares; y un sistema de primer nivel de capacitación vocacional y técnica que asegura un suministro constante de trabajadores calificados y productivos.
Hay una razón por la que los alemanes trabajan menos horas y disfrutan de de un nivel de vida más alto que la mayoría de los europeos: tenían un enorme superavit comercial, tienen finanzas públicas sólidas y mantienen la inflación bajo control obsesivamente.
Hubo un tiempo en que esa tesis era rotundamente cierta, parcialmente podría serlo aún. Alemania ha sido capaz de gastar 2 billones a lo largo de 30 años para nivelar a Alemania del Este, un compromiso sostenido que supera cualquier gasto europeo, pero que no ha dado totalmente resultado.
La cruda realidad, sin embargo, es que Alemania ya no es un modelo para casi nadie. La amenaza a la democracia que plantean los partidos extremistas es el resultado del fracaso económico.
No es sólo que el desempeño reciente de Alemania haya sido malo, aunque ciertamente así ha sido. Desde 2018, Alemania ha sido la economía de menor crecimiento del G7 (se expandió un 0,4% anual en promedio). Mientras que el resto de las grandes economías de la eurozona (Francia, Italia y España) han estado mostrando ciertas señales de recuperación, aunque tampoco para salirse del mapa, mientras Alemania continua con la amenaza de recesión técnica.
Por supuesto, existen razones para ello. Alemania estuvo especialmente expuesta al aumento del precio del gas en los mercados globales provocado por la invasión rusa en 2022, en parte debido a su alta concentración de industrias de uso intensivo de energía.
Si se tratara simplemente de una recesión cíclica particularmente grave, los alemanes no se preocuparían, han salido de ellas en el pasado.
Pero esta vez las razones de los problemas económicos de Alemania son más profundas. Hay causas estructurales, la principal de las cuales es la determinación de aferrarse al modelo que le ha dado tanto éxito pero que ya ha pasado su fecha de caducidad.
El cambio tecnológico se produce en ciclos largos que suelen durar décadas. Estamos acabando el ciclo de la energía, desafiado por los nuevos sectores en crecimiento: los teléfonos inteligentes, los vehículos eléctricos, la inteligencia artificial (IA). Un mundo analógico se está volviendo rápidamente digital, y Alemania ha sido dolorosamente lenta en darse cuenta de ello.
En cierto sentido, Alemania se convirtió en víctima de su propio éxito. No vio motivos para cambiar el modelo e invirtió muy poco en infraestructura física, humana y digital
Alemania no está en ninguna parte en lo que se refiere a explotar las posibilidades de la IA. Alemania tampoco ha estado a la altura de su reputación de visión a largo plazo en lo que se refiere a la transición a los vehículos eléctricos. Por el contrario, las grandes empresas automovilísticas han tenido una visión lamentablemente miope, y a veces corrupta, a la hora de afrontar la amenaza existencial que plantean los modelos chinos de bajo coste: si no me creen pregunten a la Volkswagen
No; ya no la tienen tan grande,
me refiero a la economía.