Las lecciones de Mocejón y el lío de la inmigración
Toda muerte es una pérdida. Si es un niño o niña la vida arrebatada es extremadamente doloroso. Si, encima, es en una modesta comunidad local, donde toda vida joven es preciada, es igual que perder a alguien de la familia.
La muerte de Mateo ha tenido atenta a toda España. Y de esa atención han surgido tanto gestos encomiables como páginas execrables de culpabilización y odio.
Debe decirse que en el pueblo se intuyó, desde el primer minuto, de dónde provenía el ataque. Gestos de los protagonistas, seguridades transmitidas, información a la policía y reflexiones indirectas transmitidas por televisión revelaban cual era el temor de la mayoría ciudadana. Lamentablemente, no se prestó oídos a lo que se decía en la localidad.
Los responsables de la comunicación de la policía generaron un auténtico desastre de mensajería. Se buscaba primero a un encapuchado, luego a un moreno, más tarde a un rubio y así sucesivamente, mientras los responsables del orden tardaban en encontrar al presunto culpable.
Quizá recuerden que tenemos un Ministerio de la infancia que no dijo ni mu, hasta que supo la ministra que el presunto asesino era blanco y español, mientras los mensajes en internet se llenaban de culpabilización a los extranjeros, que es lo que se lleva ahora.
Es la falta de una comunicación veraz y precisa, la asusencia de voces autorizadas, la que alienta a los que practican el odio ideológico y personal. Algunos creyeron estar ante una oportunidad similar a la que los asesinatos del pueblo británico ofrecieron a los más radicales antiinmigración.
Mientras esto ocurría, el portavoz de la familia llenaba de sensatez el discurso de los que estaban sufriendo, negando cualquier odio racial. Lo que le valió, ni más ni menos, que ser acusado de cómplice del asesina
Cuando se supo la verdad, nadie pidió perdón, eso sí traspasaron el odio al padre del presunto culpable. Hay quien solo vive para odiar. Una vez más, la familia, que ha enterrado a Mateo sin espectáculo y en la intimidad, dio muestras de sensatez: "no queremos venganza, queremos justicia".
Información veraz, transparencia, movilización de personas autorizadas y administración del odio con las primeras enseñanzas que podemos sacar de la muerte de Mateo. Hay otras.
La necesidad de proteger a las personas que padecen una situación patológica grave de ellos mismos y a quienes les rodean. Es evidente que el pueblo y sus educadores (estaba en educación especial) conocían la situación del presunto culpable.
Resultará algo sorprendente que este pueda no ser imputado a causa de su patología, pero no fuera protegido previamente a una acción que, dice la justicia y los forenses, que ni él mismo comprende.
Pero sí hay una lección que debe aprenderse, definitivamente, la inmigración se nos ha puesto encima de la mesa como un problema social, político y cultural severo. Entre los profesionales del odio y el buenismo institucional, debemos plantearnos una alternativa de conciliación con el extranjero basada en la responsabilidad.
Mientras las redes se llenaban de odio, un presidente de Gobierno tardaba once días en recibir a un presidente de Comunidad agobiado (Canarias), Pedro estaba de vacaciones, no se le puede molestar.
Mientras los "menas" volvían a convertirse en amenaza sombría, Ceuta llamaba la atención sobre los asaltos, el riesgo de gente que se lanza al mar o centros utilizados en tres veces su capacidad.
En lugar de ser transparente con las prácticas migratorias, el gobierno sigue dejando autobuses de inmigrantes en las plazas de los pueblos, prácticamente sin avisar, o ponen a 700 personas en el pueblo más pequeño de Galicia (Mondariz), sin tiempo para que las autoridades gallegas preparen atención sanitaria o, en su caso, educativa. Por supuesto, sin transferencia económica.
El pueblo gallego, como el portavoz de la familia de Mateo, han dado una extraordinaria muestra de solidaridad, mientras la inmigración no se gestiona o se gestiona de tapadillo, como si diera la impresión que se prefiere alentar el discurso de odio para preparar el miedo político a la extremaderecha.
Tenemos un problema. No solo de centros saturados, sino de llegadas incontroladas e ignorancia, especialmente por parte de Marruecos, de compromisos con Europa y España. Sánchez viaja a Gambia, Senegal y Mauritania. No son, siquiera, los países que más inmigrantes suben al cayuco.
Es un problema que acucia a Europa y algo debiera hacer la Unión. Pero eso ni consuela ni evade nuestra responsabilidad de cuidar fronteras, regular los flujos y, desde luego, transferir recursos a quienes los necesitan, que es casi todo el mundo.
Por cierto, como estamos con "la financiación singular" a cuestas, nadie ha recordado que Catalunya se niega a recibier inmigrantes: a ver si Illa cambia o, como es de temer, concede a Esquerra el penúltimo favor para acallar las "tontadicas" de Montero, de los Montero de Hacienda: si no es concierto, igual es rondalla, ministra, igual es rondalla
A veces, uno se siente orgulloso de su pueblo. En Mocejón y la familia de Mateo no han alentado el odio. Son otros.