La cogobernanza enmascarada y antígenos contra resaca

26.12.2021

Mientras ustedes andan de polvorones, o quizá no, el personal parece haber decidido pasar la mañana de domingo haciéndose unas PCR, que es como hacerse un vinito de los de antes, pero en plan Sánchez.

Otros quisieron irse de copas, pero estaban de toque de queda, que a Pere Aragonés no le gusta la noche ni, por lo visto, los productores de cava que han visto suspender pedidos.

En la tabernaria Madrid había restaurantes abiertos, pero el susto los ha ido vaciando.

O sea, que la que iba a ser la Navidad más afamada de la historia, por el Gobierno anunciada, se ha ido por la gatera de la sexta ola, que en realidad nunca sabemos porque es sexta, ya que la primera nunca concluyó.

Somos, como se sabe, un país diverso. Tan diverso, plural y confederal que dice Yolanda Díaz, que cada cual hace lo que quiere en su pequeña comarca. Así, si va usted de Madrid a Aragón - naturalmente pasando por Soria, que existe y dónde hace un frío de narices, tendrá que usar nuevas normas, ni le cuento si se le ocurre a usted cruzar el Ebro y pasarse a la republica del quedar a tocar.

Naturalmente, debe quedar clarísimo de la muerte que en toda calle, avenida, bosque o exterior, debe usted ir enmascarado. Frente a criterio científico fundamentado y a las medidas adoptadas en las Comunidades Autónomas, el Gobierno ha decidido que nos quiere con máscara.

No le den vueltas: hay una razón para enmascararse en la calle y quitarse una máscara para contagiarse en un bar o en un campo de futbol: es para que no se nos note el cabreo.

Porque el asunto es este. A cada ola se acumulan vacías promesas que se acaban acompañando de nuevos cabreos.

Esta es la primera de las cuestiones sociales: hoy las farmacias no se han llenado de demandantes de productos aliviadores de resacas, sino de demandantes de antígenos. Las colas en los hospitales no eran de comas etílicos o males gástricos sino de personal demandando pruebas.

La cosa es la de un temor generalizado: la nochevieja puede ser peor. O sea, el cabreo se contagia a la misma velocidad que el virus.

El virus ha vuelto y nadie sabe cómo ha sido, porque recordarán que nuestro éxito vacunal nos blindaba unas vacaciones de ensueño. Y no hacía falta tomar medidas de prevención, ni siquiera la mascarilla. Eso, dicho por los responsables políticos, porque no tenemos ningún ni ninguna portavoz sanitario público creíble y cada tele tiene sus sabios, que dicen cosas diversas.

Tenemos la línea optimista, tipo a final de las navidades esto habrá pasado y otros que sugieren un trimestre y hay organizaciones que anuncian milagrosos milagros.

En realidad, en términos de salud, más allá de las protecciones conocidas y seguir vacunando, poco podemos hacer, excepto saber la verdad y adoptar medidas homogéneas. En términos políticos lo que es esperable es un efecto òmicron,, en términos de parálisis de actividad y algo más de economía zombie.

Sin embargo, lo que hemos recibido es una técnica de evasión de responsabilidades que desde Moncloa ha dado en llamar cogobernanza.

Antes teníamos autogobierno; es cierto que hubo un intento compulsivo de armonización (LOAPA), al hilo del fracasado del golpe de estado, firmado por la izquierda por cierto, que el Constitucional corrigió con un argumento elemental dirigido a los gobiernos: hagan leyes de bases.

Leyes que naturalmente hacen los parlamentos. Como no hay mayorías solventes, resulta que ahora hacemos "cogobernanza" que es no hacer nada y que sean los diversos lehendakaris los que cabreen al personal. Por su parte, los lideres regionales, comarcales o de las ocho naciones contadas por Iceta quieren que todos seamos maltratados por rasero similar.

Como algo había que hacer hemos inventado la cogobernanza, que es que cada cual haga lo que le sale de la panza, pero eso sí: con  mascarilla exterior, innecesaria, pero que requiere  de rueda de prensa explicativa, cosa que va fetén, fetén. Eso sí, si algún día esto de llena de populismo jacobino no se me sorprendan.

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