Es taberna, no casita de té

09.04.2021

Los hacedores de vacunas son como El Vaticano: el problema no es Dios, son sus portavoces. O sea, entre la Unión Europea, la ministra Darias, que propuesta tiene varias, según el día, y los opinantes ha crecido el número de los que rechazan la vacunación. Grandes que somos, pero muy grandes. 

Cosa que tiene un análisis sesudo. Pero hoy es viernes, y como llevan con el cronista más viernes que con AstraZeneca, sabrán que los viernes el jefe de la Cicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que de cosas sesudas nada. Los CEO de la radio aplauden el asunto. Incluso, hoy, uno de ellos ha prometido enviarnos unos "pavos" (vale, conociéndole, no sé si hablamos de lo mismo).

Aprovecharé, pues, para dedicar mi tiempo radiofónico a mejorar la formación de una de nuestras más jóvenes redactoras, en cuestiones de tipo cultural, por un poner.

Doña Esther del alma mía :

Supe que algo iba mal entre nosotros cuando usted proclamó, con cierto tonito, que había que modernizar la taberna madrileña. Así, sin más, como si fuera Pedro Sánchez. No dije nada porque, al fin y al cabo, ya soy de la cofradía de AstraZeneca.

Callé, ominosamente, cuando usted afirmó que recomendaba una taberna madrileña con impronunciable nombre británico. Acepté que, quizá, Casa Paco, Bodegas Franco, vermú Bahamonde o vinos Churruca no respetaban el correcto uso de la memoria, como muy bien ha descubierto el alcalde de Mallorca, para irritar a Abascal y a la historia.

Pero, mi querida cometa de las mañanas de viernes, ya no puedo callar más.

He estado en la calle Juanelos, entre Espada y Cascorro, donde me envió usted. No solo profané un escenario de mi infancia, el viejo Odeón estaba allí, donde mi padre me llevó la primera vez que me trajo a Madrid. Hay algo más grave, la tapa que se sirve, se sirve sobre "pan bombón". ¿De verdad, Ballardini? ¿De verdad hacía falta una afrenta tamaña: poner "pan bombón" a la anchoa?

Mi muy apreciada Esther, debo aclarar su confusión: una taberna no es una casita de té. Es lo que le pasa a Casado con Génova, le confunde.

Secreto lucero de Mediaset, mi muy estimada redactora: estamos hablando de sagradas instituciones. No hay patria sin taberna y tabernero, o tabernera, no es cuestión de género, que las hay famosas como la del Puerto o la Marimorena, altas y hermosas como sus madres o de armas tomar, según el caso. Sí; las tabernas son cosa vintage, pero tan respetables como el CIS. Tan tabernario es conspirar en la taberna como en las "cuevas" de José Felix (Tezanos).

En una taberna, debo decírtelo seriamente, nadie recibirá al cliente diciendo "Qué quieres cariño". Si, ya sé que la multiculturalidad supone cambios. Pero no; lo del cariño queda más como apoyada en el quicio de la mancebía, que quieres que te diga.

Tampoco es razonable que el tabernero o tabernera vista ropa de mayor calidad que el parroquiano. Un tabernero o tabernera no llevará diseño de Adolfo Domínguez sino mandil castellano, como mandan los cánones, que existen, como las brujas, en toda taberna.

Una taberna, mi estimada, no es preciso ni conveniente que huela a "aires de arándano", ni que se adorne el solado con alfombras de amaranto. Sepa usted que el mejillón, la humilde oliva, el oloroso requieren de universos olfativos, incompatibles con el olor a nenúfar.

La taberna, mi estimada Ballardini, es para conversación solitaria, allí donde uno o una va a conversar poco con el tabernero y mucho consigo mismo. Una taberna, amiga mía, no pone un letrero diciendo que se abre a las 18 horas: no; el tabernero o tabernera, como el sicólogo, siempre está de guardia.

Por eso, en la taberna no suenan listas de Spotify, sino rasgadas cuerdas de guitarra, sinfonías de copla y tango que acompañan la profunda reflexión del parroquiano. En la taberna no se espera a lustroso camarero o camarera; se sigue al filósofo noruego, por Silvia García Jerez descubierto y se grita: "Otra ronda".

No, mi admirada musa de nuestras rutas culturales, en las tabernas no se hacen selfis, ni se fotografían las viandas: se respeta a los mejillones como al boquerón; se apagan los móviles, pues solo así se puede rezar al chicharrón, acompañado, eso sí, de manchega sangre de Cristo, como es natural.

En la taberna no hay TikTok. Se comenta el verso de Vinicius sobre el tapete de la leyenda, se habla de impuestos. Algunos parroquianos levantan la voz, sí, pero respetan el ausente silencio de otros y otras.

No crea a Iglesias: en una taberna nunca se pondrían mesas en círculos. La mesa se pone, y de ahí viene la expresión, cuando el parroquiano demanda vianda o desea conspirar grave atentado contra la autoridad, la cosa tabernaria de toda la vida.

Es Madrid "ciudad bravía de trescientas tabernas y una sola librería". Y es así no porque usted compre sus libros en Amazon, sino porque, mi apreciada Ballardini, sepa usted que en las tabernas no se lee: en las tabernas se escriben, acodado en la barra, memorables crónicas o épicos versos; siempre, naturalmente, pensando en su sonrisa.

Ballardini, déjese aconsejar: "quien bien bebe, es forzoso que bien duerme, quien duerme no peca y quien no peca, es caso notorio que, si bautizado está, a gozar al cielo va". No va a enmendar el cronista a Juan Ruiz de Alarcón.

Mis queridos enmascarados y enmascaradas, cuando salgan ustedes de vacunarse, con la chunga o con la buena, hagan cual "Lope de Beba" o "Francisco de Qué Bebo" y beban en las viejas tabernas.

(Clicktetulia, Viernes 9 de Abril, 2021

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