El Cuentista  que imaginó el relato de Sánchez

29.07.2019

"No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia", afirma Tyron, el más afamado de los asesores políticos de la última década, al decir de quienes han consumido más televisión que en todos los tiempos.

Ni huestes, ni oro, ni banderas...o sea, sin ideas. Y los más afamados asesores públicos se han aplicado a la tarea. En la época del breve tuit, lo que importa es la historia no el proyecto. El mejor pagado es el cuentista, no el ideólogo. El cuento vence a la razón.

Que Sánchez ha ganado el relato del no gobierno es un consenso general. Redondo ha vencido a Echenique, la sofisticada triquiñuela del mandamás de la oficina de Sánchez a la grosera trampa de Echenique, la ética del resistente a la ética de la soberbia. Sánchez es un estadista, Iglesias racanea cargos...es lo que hay.

Las historias han sido determinantes en nuestra educación durante siglos. "Cuéntame un cuento" es lo primero que aprendemos a pedir de niños: la diferencia es que el cuento nació para educarnos, para moralizarnos, para enseñarnos la historia. Hoy el cuento, el relato, es la trampa que nos oculta los hechos.

La literatura norteamericana de los sesenta, el llamado pensamiento narrativo, presumía de poder crear realidad, a partir de la escritura, y rivalizar con el pensamiento lógico. El relato se ha convertido en un peligroso sustituto de los hechos racionales, el mejor sustento populista, pero también de la razón y la mentira de estado.

Primero fue el marketing el que se contaminó de la idea, para enganchar inmediatamente en la gestión pública. Beneficiados por el más elemental y binario pensamiento, o se ama o se odia, la asesoría política ha creado una época donde las batallas simbólicas sustituyen al relato compartido.

La nación, la religión, el gobierno... se construyen sobre improbables cuentos, donde lo que importa es ganar en la división. El desenfocador es el comunicador del futuro, les dijeron a los más jóvenes y ambiciosos politólogos, devenidos en consultores y asesores que se pusieron a crear su propia realidad: la historia, la realidad, es el enemigo.

Puesto que lo que importa es desenfocar, dará lo mismo ser de izquierdas o derechas, el Cuentista que construyó el relato de Sanchez empezó en la derecha. Lo importante es ser eficaz para que las historias sustituyan a la narración de los hechos.

En estos días, la espantada ciudadanía ha observado la disputada pelea entre el asesor profesional y el asesor de sí mismo, como corresponde a la ética de la soberbia. Una dura batalla entre expertos en enturbiar las aguas para que parezcan más profundas.

El cuento nos ha impedido escuchar el verdadero "estruendo de la batalla": una división de la izquierda tan eterna como la vieja idea de la justicia.

Una ruptura fundamentada entre, por un lado, programas máximos, rechazo a las mayorías  y desprecio a la política, y, por otro, posibilismo débil, estrategias centristas y alejamiento social.

La síntesis históricamente imposible que, desde el veintiuno del pasado siglo, ha lastrado las posibilidades de cambio, ha vuelto a repetirse en su forma más perversa: la que deja en las manos de la derecha la gestión del proyecto político.

Eso sí; el relato lo ha ganado Redondo. Quizá convenga recordarle al afamado cuentista que las victorias políticas, como han aprendido todos y todas las que alguna vez se han dedicado a la asesoría a líderes áureos, se producen por el error del contrario.

No; el relato del Cuentista de Sánchez no ha vencido por explicar lo lógico, sino porque Iglesias construyó un cuento sobre imposibles cuentas, erró en su estrategia.

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