De la posverdad también se sale, o no

31.01.2023

(Publicado en Antena de Radio y Televisión. Núm. 170. Enero 2023)

Los políticos enfadados producen votantes enfadados. El enfado produce polarización; la polarización, movilización y partidos arañando votos. Fácil receta: necesitamos ira, posverdad y políticos bailarines (en expresión de Milan Kundera). Así, el insulto prevalecerá.

El título de esta columna es un homenaje a George Steiner (premio Príncipe de Asturias, entre otras cosas) que tituló uno de sus últimos ensayos como "¿Tiene futuro la verdad?" La primera víctima de la ira es la verdad, la segunda, probablemente, la democracia y, por último, las libertades a ella asociadas, entre ellas la libertad de expresión y la libertad de prensa.

La ira nació cuando las élites fueron incapaces de superar, en términos democráticos, los conflictos entre economía globalizada y cohesión social. La posverdad describe las mentiras sostenidas por los relatos de ira construidos por políticos.

Fue en 2005, antes de que ocurriera todo, cuando Kundera en "La Lentitud" definió al político bailarín. "El bailarín se distingue del político corriente en que no desea el poder, sino la gloria; no desea imponer al mundo una u otra organización social (eso no le quita el sueño en absoluto), sino ocupar el escenario desde donde poder irradiar su yo". Seguro que le han venido a la cabeza tres o cuatro nombres.

Steiner, que identifica las fuerzas que se oponen a la verdad, señala que todas las líneas de ataque se han unido en este momento político.

Las libertades de expresión y de prensa se consideran dos baluartes del régimen democrático, una parte inexcusable de la verdad científica y política. El populismo, en este punto cercano a la autocracia, entiende el acceso a la información y la libertad de prensa universal como una amenaza. "El periodista... la puta más puta", citaba hace unos días Pablo Iglesias, acostumbrado a la ira y la amenaza.

Según él, la profesión debe ser perseguida, regulada o excluida. Naturalmente, si un o una periodista es "una puta" (expresión que no parece en línea con el ministerio de Igualdad), sus jefes son proxenetas y hay que meterles en la cárcel. Ahí parece querer llegar Iglesias.

¿Sobrevivirá el periodismo a la posverdad? Ni la industria editorial ni la profesión, drenada de experiencia y resistencia, parecen preparadas para el embate. No obstante, que no nos venza la desesperanza: solo necesitamos nuevas herramientas. Quizá ese es un reto para los programas y las redacciones de los medios, demasiado ocupados en el share y poco en la verdad. 

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